Textos

Título temporario

Si en este momento me propusieran dedicarme a una tarea que involucre algún tipo de título temporario sobreimpreso en una pantalla de televisión, no lo pensaría dos veces y elegiría ser "enviado especial". Hay tantas connotaciones positivas en cada una de esas dos palabras que resultan simplemente irresistibles.

En primer lugar, ser enviado involucra por definición algún tipo de viaje, y conocer nuevos horizontes o volver a visitar algún punto remoto es siempre enriquecedor. Adicionalmente, el hecho de que allí ocurra algo que provoque la frase "¡Epa! ¡Tenemos que mandar a alguien de inmediato!" significa que uno será testigo de eventos dignos de la atención del gran público.

Existe también un tema directamente relacionado con el ego: si están decidiendo enviarme a mí en lugar de utilizar los servicios de alguien que ya se encuentre en el lugar de marras, con los obvios ahorros que esto significaría, entonces es claro que mis características personales justifican la inversión. Y es ahí donde entra la palabra "especial" en la ecuación: no soy un enviado cualquiera, no señor. Hay algo en mí que me aparta del resto de los mortales. Podrían haber comisionado a otro, pero la magnitud de la ocasión amerita que sea yo quien se ocupe del tema. ¡Abran paso, mediocres, que acá llega el enviado especial!

Sí, ese sería hoy mi sueño, definitivamente. Pero también debo confesar que mi aspiración secreta, mi deseo más íntimo, es tener una larga, fructífera y respetada carrera, para que así algun día, en alguna pantalla, mi nombre se vea engalanado con la credencial efímera más codiciada: "estrella invitada".

Universo en equilibrio

Cambiando un poco de tema, el inodoro del baño de mi oficina comenzó hace unos días a emitir un perfecto mugido cuando se presiona el botón que hace correr el agua.

Si es verdad aquello de que el universo está siempre en perfecto equilibrio, en este instante hay en algún lugar del mundo un granjero muy preocupado ante el extraño sonido que emite su vaca lechera favorita, como si en su bovina garganta se ocultara una cascada en miniatura, escurriéndose rápidamente en un ominoso glug-glug final.

Guardias

A pesar de que el Hospicio Santa Elvira alberga exclusivamente a pacientes psiquiátricos, cuyos trastornos suelen presentarse de manera gradual y pueden tomar varias semanas para diagnosticarse correctamente, los médicos allí apostados igualmente cumplen con un sistema de guardias nocturnas para la atención de emergencias. Es que nunca falta el psicótico que intenta desollar viva a su ama de llaves en la madrugada de un feriado o aquel esquizofrénico que se pone a discutir a grito pelado con sus otras personalidades a las cuatro de la mañana, despertando a toda la vecindad.

Hoy en día, los turnos para estas guardias son distribuidos de manera equitativa y razonable, asignándose (por lo general) sólo una vez por semana a cada facultativo. Pero a principios del siglo pasado el sistema era mucho más laxo y los doctores que buscaban algún ingreso monetario adicional podían cumplir con varias noches seguidas de guardia, ya que no existían límites al respecto. De hecho, en esa época se generó dentro del hospicio una especie de submundo lúdico en el que se realizaban cuantiosas apuestas buscando ver quién lograba permanecer en el nosocomio durante la mayor cantidad de horas consecutivas. El récord absoluto fue conseguido en el otoño del año 1919 por el Doctor Ludovico Stellafuoco, un psiquiatra veronés que atendió pacientes (entre consultas y guardias) por más de quince días corridos, sin descanso. Lamentablemente, los serios contratiempos provocados por esta notable proeza hicieron que este tipo de maratón laboral en el hospicio fuera expresamente prohibida por las autoridades de ahí en adelante.

Durante la primer semana, el Dr. Stellafuoco cumplió con sus deberes de manera ejemplar, elaborando acertados diagnósticos sin titubear y recetando perfectas dosis de psicotrópicos y antidepresivos. Pero pasados ya los diez días de labor continua, la falta de buen sueño y el lógico cansancio comenzaron a hacer mella en sus habilidades. La primera señal de alarma se encendió cuando su secretaria entró al consultorio y lo encontró tomando la temperatura basal de una pequeña estufa a leña, mientras murmuraba: "Matilde, me temo que sus fiebres delirantes continúan agravándose". Al día siguiente, un enfermero tuvo que separarlo a la fuerza de un paciente que sufría de persistentes alucinaciones, a quien intentó devorar a mordiscones para demostrarle de manera inequívoca que no era un pollo al spiedo, o por lo menos que (según sus propias palabras) "si lo es, está todavía bastante crudo".

El hecho que terminó de convencer a los directivos de la institución de la necesidad de enviarlo de una buena vez a su casa a descansar fue cuando, combinando un cable de alta tensión y la laguna decorativa ubicada en el jardín central del edificio, aplicó una exagerada terapia de electroshock grupal a más de setecientas personas en forma simultánea, muchas de las cuales (según se descubrió al catalogar los chamuscados cadáveres) ni siquiera eran pacientes en Santa Elvira.

Pero es sabido que las leyendas son eternas. Y tal es así que, hoy en día, cuando los jóvenes residentes del Hospicio Santa Elvira logran burlar de alguna manera el sistema y agenciarse dos turnos consecutivos de guardia, se refieren al hecho (quizás sin conocer su origen) como a "hacer la gran Stellafuoco".

(Anteriormente, en esta misma saga: ¡Salud!)

Integrando los derivados

La idea es que primero se edite un remix a cargo de uno de los DJs más reconocidos de Ibiza, transformándose en uno de los éxitos del verano europeo. Unos meses después comenzará a circular en Internet una grabación en vivo de calidad mediocre, pirateada por un atrevido adolescente en uno de nuestros shows en Toronto. Al año siguiente iniciaremos una muy publicitada batalla legal contra un grupo heavy metal finlandés, acusándolos de haber plagiado descaradamente gran parte del tema (doce compases y medio, para ser exactos) en el cuarto corte de su álbum debut, "Cocinando para Belcebú". Alrededor de esta misma época, en un disco de homenaje a nuestra carrera que reunirá a lo más selecto de la escena folklórica argentina, un veterano artista de ilustre pasado y emblemática barba interpretará su bellísima versión, acompañado únicamente por una guitarra acústica y un trío de quenas del altiplano.

A esta altura será clara para nosotros la inutilidad de dar a conocer la canción original, ya que preferiremos que nuestro público disfrute de la libertad de poder reconstruirla a gusto en base a todas sus reinterpretaciones. Y ya que jamás la editaremos, podemos ahorrarnos hoy el molesto trámite de tener que componerla, lo cual nos deja bastante tiempo libre para otras actividades más placenteras, como confeccionar artesanías en macramé o escuchar algún programa en radio AM.

Madera verde

Entre el apuro por hacerse a la mar (motivado, según dicen, por escapar cuanto antes de sus acreedores) y los míseros recursos económicos a su disposición, el capitán Fernando Luis Lozano se vio obligado a sacrificar varios aspectos cualitativos de su ambicioso proyecto de circunnavegación. Los miembros de su tripulación, por caso, fueron seleccionados al azar entre los comensales de una cantina aledaña al puerto de Castro Urdiales y contaban, sin excepción, con una experiencia carcelaria mucho más vasta que lo que la prudencia recomendaría. A la hora de adquirir los comestibles para ser consumidos durante el periplo, Lozano sólo contaba con dinero suficiente para hacerse con seis quintales de nabos valencianos en escabeche, conserva ciertamente deliciosa pero algo monótona luego de un par de semanas de travesía. A falta de brújulas, catalejos y sextantes, un simple juego escolar de escuadra, compás y transportador (obsequiado junto al fascículo de otoño de una popular publicación infantil de la época) habría de funcionar como única herramienta de navegación.

Quizás uno de los mayores sacrificios fue el de la nave propiamente dicha, la hoy legendaria "Mozalbeta". Como nuestro atribulado aventurero no lograba costearse una embarcación decente, tuvo que conformarse con una vetusta y descalabrada carabela que compró a un viejo comerciante marino de la zona a cambio de seis doblones de oro y los favores amatorios de su mismísima hermana (quien, convengamos, no ofreció demasiada resistencia al enterarse de la oferta que la contaba como protagonista). Tan derruidos se encontraban el casco y las estructuras internas de la nave, sobreviviente a duras penas de incontables hundimientos, que era imposible zarpar sin antes taponar al menos los boquetes más importantes. Lozano ordenó entonces a algunos de sus hombres que hacharan varios ejemplares de los árboles más imponentes que encontraran en las afueras de la ciudad, con la idea de utilizarlos como material reparatorio. Así fue que, con las nuevas planchuelas de remiendo aún rezumando savia pegajosa, "La Mozalbeta" y su dudoso equipo de navegantes partieron rumbo al Norte.

Uno de los efectos secundarios más curiosos de tan apurado emparchamiento, además de sonoros chirridos al surcar mares embravecidos y una curiosa tendencia a atraer cardúmenes de barracudas y tiburones, fue que estos tiernos maderos absorbieron la natural humedad del ambiente marino a raudales y, como es lógico, comenzaron a dejar brotar verdísimos retoños a diestra y siniestra. A los pocos días de zarpar, el área de camarotes asemejaba un verdadero bosque, tan frondoso que un grumete se dedicaba exclusivamente a acompañar a los miembros de la tripulación hacia sus catres, abriendo camino a fuerza de machetazos.

Este molesto inconveniente, sin embargo, tuvo una faceta ciertamente positiva: al estar rodeados de tan profusa vegetación, originaria de los campos en los que habían nacido y crecido, los salvajes marinos dormían arropados por los aromas de su niñez y soñaban dulcemente, recordando largas tardes de verano a la vera del arroyo, los ojos almendrados de aquellas niñas en el pueblo al otro lado del monte y las caricias tibias de sus madres al darles el beso de las buenas noches. Muchos aseguran que esta sensación de pleno bienestar infantil a la hora de conciliar el sueño pudo haber atemperado los ánimos habitualmente inflamables de estos toscos muchachos, al punto de retrasar por varias semanas el inevitable y violento final de tan infausta travesía.

Y fue así que la premura, la naturaleza y el azar, en extraña sociedad, conspiraron para que esta odisea (que jamás tendría que haber comenzado) se prolongara bastante más que lo estrictamente necesario.

(Anteriormente, en esta misma saga: Proa hacia allá)

Maldita armonía

Apenas se sentó en la única silla vacía que quedaba supe que no iba a tener otro remedio que odiarlo.

El principal (y, sinceramente, único) problema radicaba en la perfección de su rostro. No me refiero al concepto de belleza clásica aunque, a juzgar por los gestos amistosos y las risitas de Alicia, quizás fuera un tipo atractivo. Lo que a mí me repugnó inmediatamente fue que todo en su semblante era demasiado armónico, demasiado calculado.

Para empezar, la simetría bilateral era impresionante: parecía que sólo se hubieran ocupado de dibujar una de las mitades de su cara y luego, perezosos, hubieran completado la otra con ayuda de un espejo. Y esta precisión geométrica, lamentablemente, continuaba en el resto de las facciones. Las orejas, por ejemplo, ocupaban el tercio intermedio de la altura total de la cabeza, ni un milímetro más ni un ápice menos. Cuando sonreía, en un arco perfecto, las comisuras de la boca se alineaban obedientes con los extremos de sus ojos. Y hubiera apostado buena plata a que el número de vellos en cada una de sus insoportablemente idénticas cejas era el mismo.

Tomé la decisión de dejar de dirigirle la mirada por el resto de la tarde para no seguir alimentando mi desagrado, que por otro lado me molestaba por lo caprichoso e injusto. Prendí un cigarrillo y procedí a concentrarme en la punta de mis zapatos.

Nomenclatura discográfica

Por lejos, el post más popular de la historia de Amor Entintado es aquel en el cual los ilustres comentaristas y un humilde servidor confeccionaron una lista de posibles nombres para bandas musicales. Día tras día, docenas de pujantes músicos caen por estas costas, claramente desorientados y confundidos, en busca del nombre perfecto para ese flamante grupo que sueñan con llevar al estrellato. Y quién les dice, quizás ya en algún lugar del mundo esté ofreciendo su primer recital una banda bautizada con alguna de aquellas gloriosas propuestas.

Por eso es que creo que nuestro aporte creativo no puede quedar solamente en eso. El nombre de un grupo es fundamental para sus aspiraciones de éxito, sí, pero igualmente importante es (creo yo) el nombre del primer disco. Ya pasaron las épocas en el que uno podía darse el lujo de ser vago y llamarlo como alguna de las canciones que contiene o (peor aún) no ponerle nombre y dejar que la gente se refiera a él por el color predominante en la tapa o algo por el estilo.

Por lo tanto, hago un llamado a la salvaje creatividad que sé que supura incontrolablemente de cada uno de los asiduos visitantes a este sitio y les propongo hacer una recopilación de posibles nombres para los álbumes debut de esos millares de pujantes artistas que, allá afuera, buscan llegar a semejante hito en sus carreras de la mejor manera posible.

Me permito arrancar entonces con algunas sugerencias de cosecha propia, y me comprometo solemnemente a ir actualizando esta lista en forma regular con todos los aportes (sin duda ampliamente superiores a los míos) que ustedes vayan dejando allí abajo, en la sección de comentarios. Aquí va, entonces, mi puntapié inicial:

  • Lo mejor está en el lado C
  • Repostería artesanal nigeriana
  • Descontrol remoto (ideal para banda punk infantil)
  • Al final era todo un sueño
  • Un par de temas zafan
  • Juan Manuel de Bossas (para un disco de ídems)
  • En Internet no se consigue
  • Setenta canciones y ningún sabor

El mundillo musical reclama nuestras musas, señoras y señores. No podemos hacer oídos sordos.

Actualización: Luego del breve descanso Pascual, y tal cual lo prometido, paso a listar (en dudoso orden alfabético) los aportes realizados por una sarta de delirantes enajenados nuestros fantásticos comentaristas. Realmente, no alcanzo a comprender cómo este tugurio piojoso puede atraer a semejante calidad de visitantes. No somos dignos.

  • Algo habremos hecho (por Nerón)
  • Anunciado en TV (por 26)
  • Armonía entintanda (por 26)
  • A solas con Coco Lobos (por Amperio)
  • Balaceras, baladas y otros desastres (por Leonardo)
  • Bananadana en Obras (recital conjunto de Bandana y César "Banana" Pueyrredón, por Cordín)
  • Big Bang Band Boom Blasters (por Baterflai)
  • Bossa/DC (por Paulo)
  • Bossamones (por Paulo)
  • Bossa'n'Sabbath (por Paulo)
  • Bossa'n'Yupanqui (por Paulo)
  • Branca Bossa'n'Snake (por Paulo)
  • Como panceta p'al guiso (por Zé Pequenho)
  • Con mi lengua en tus lágrimas (por Lucre)
  • Cromosoma 27 (por Sol)
  • De bondiola, por favor (por Amperio)
  • Debut y despedida (por Federico)
  • Die Bossa'n'Hossen (por Paulo)
  • DVnos (por Maun)
  • El último choripán (por Amperio)
  • Empezando a ver el fin (por Red River)
  • Empitrizame y te sacudo (por 26)
  • En directo suena mejor (por 26)
  • Exit-hitos (por Leonardo)
  • Gang bang blues (por Nerón)
  • Hit, hit… ¡hurra! (por Leonardo)
  • ¿Homo Sapiens? (por Maun)
  • Increíble lo que se puede hacer con tres acordes (por Leonardo)
  • Jugo de sardinas (por Amperio)
  • La chiva de Bracamonte (por Amperio)
  • Ladies and gentlemén, agarrensén (por Leonardo)
  • Ladran Sancho (por Maun)
  • La ensalada de mi vieja es más rica (por Nerón)
  • La reina del condado (por Sol)
  • Lo mejor que hizo la vieja es el pibe que maneja (por Zé Pequenho)
  • ¡Luche y vuelven! (por Cordín)
  • Mamá: lo logré, es mi disco (por 26)
  • Maqueta para buscar bolos (por Moonsa)
  • Más mejor que los Beatles (por Leonardo)
  • Me cansé de tocármela (por Santi Benítez)
  • Mousse y cal (por Leonardo)
  • No corran que es peor (por Zé Pequenho)
  • (Nombre de la banda) recital despedida (por Nerón)
  • No me toques ni me grites (por Baterflai)
  • Notame esta nota notable (por Leonardo)
  • Oídos sordos (por Maun)
  • Operá, prima (por Leonardo)
  • Papá no corras (por Amperio)
  • Preguntale a tu mamá (por Baterflai)
  • Queríamos tanto a Godínez (por Cordín)
  • ¿Quiénes somos? (por Sol)
  • ¡Recorchéalis! (por Baterflai)
  • Señorita, ¿qué le pasa? (por Sol)
  • ¡Serashijode! (por Eduardo1)
  • Si nadie se aviva, pasa (por Leonardo)
  • Sinfonía melosa para amantes ocasionales (por Zé Pequenho)
  • Sobre hierbas y humos: En vivo en Amsterdam (por Zé Pequenho)
  • Soltaron los gatos (por Sol)
  • Te quiero vida mía, te quiero noche y día, te quiero con pasión, porque te quiero, te quiero te quiero, te quiero te quiero, y hasta el fin… te querré (por Eduardo1)
  • The Very Best y lo único de momento de… (por 26)
  • Todos somos uno, ¿no cierto? (por Nerón)
  • Todus bonus trackus (por Leonardo)
  • Turgente vacuidad (por Amperio)
  • Un abrazo peronista (por Amperio)
  • Una noche en Conchilaló (por Zé Pequenho)
  • Ver, oir y callar (por Maun)
  • Villancicos y nanas (por 26)
  • ¿Yo, señor? No, señor (por Nerón)
  • Y uan, y chú, y uan, chú, trí, cuatro (por Leonardo)

Y a seguir participando, que el mundo está repleto de discos tristes esperando que un desconocido inspirado los saque de su anonimato.

Roles múltiples

A pesar de su fama legendaria, el Circo de los Hermanos Farfalla no es un éxito comercial ni mucho menos. La única manera de cubrir los costos es que los artistas cumplan también con alguna otra función mucho más administrativa y ordinaria: hay payasos camioneros, trapecistas encargados de limpiar las jaulas y un mago que todas las noches cocina la cena en una olla enorme, como si estuviera preparando una poción secreta.

Relámpago el Increíble Caballo Matemático, naturalmente, es quien lleva adelante la contabilidad de la empresa. El hecho de que no sepa contar más allá del número diez (marcando clop, clop, clop con el casco delantero derecho) no resulta un problema: la cantidad de público en una función jamás superó esa cifra.

(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos - Escape)

Proa hacia allá

Una mañana despejada de Junio de 1487, una enclenque carabela bautizada como "La Mozalbeta" zarpaba desde el Puerto de Castro Urdiales, a orillas del Mar Cantábrico, con sesenta y ocho almas a bordo. A su mando se encontraba un joven marino de nombre Fernando Luis Lozano, nacido en algún poblado del Reino de Murcia apenas tres décadas antes.

El objetivo de la expedición de Lozano, como tantos otros aventureros de la época, era el de encontrar una nueva ruta comercial a las Indias para la Corona española. Precediendo en varios años a Cristóbal Colón, quiso también Lozano aprovechar el concepto relativamente reciente de una Tierra esférica. Pero a diferencia del celebérrimo navegante genovés, no fue su idea la de enfilar hacia el Poniente, sino que zarpó con decidido rumbo Norte.

Escribía por aquel entonces Lozano en su diario personal: "Si acaso no es falaz esta redondez del Mundo que Dios parece haber decidido, y si acaso los lujos de Catay, Cipango y Cachemira nos esperan justo en el punto opuesto a la recámara en la cual estas palabras escribo, pues poco importa el cardinal que la brújula indique al momento de hacernos a la mar. ¡Sur, Oeste, Norte, da lo mismo! Todos los trazados circunvalantes se encontrarán en las antípodas, pues es tal la belleza de las esferas. Opto yo por el Norte, entonces, porque el caprichoso lucero así lo indica. Un rumbo firme y la protección de Nuestro Señor no pueden significar otra cosa que un arribo eventual a aquellas tierras rebosantes de seda, oro y azafrán."

Pero lo que Lozano tenía de farragoso y florido a la hora de redactar bitácoras se contraponía con una absoluta falta de las nociones más básicas de climatología, cartografía y navegación marina. Como era de esperarse, su embarcación terminó por zozobrar en las costas de lo que hoy es Noruega, debido a la fatal combinación de una tormenta de nieve y el motín de lo poco que quedaba de su tripulación. Aún más notable es el hecho de que "La Mozalbeta" tardó casi siete meses en completar tan corto trayecto, lo que demuestra a las claras la terrible impericia de Lozano detrás del timón.

Signada por la incompetencia, la obstinación y, por qué no, la estupidez, la de Lozano es una historia tan irrelevante que no merece siquiera ser contada. Pero de injusticias está llena el mundo, y la existencia de la serie de relatos que hoy iniciamos es tan sólo una de ellas.

¡Salud!

El pabellón noroeste del Hospicio Santa Elvira alberga casi exclusivamente a pacientes afectados con Síndrome de Retraso Temporal Específico. Se trata de gente cuya salud es prácticamente normal, excepto por un detalle: alguna de sus funciones corporales se encuentra notablemente ralentizada con respecto al resto. Allí podemos encontrar, por ejemplo, a un sepulturero de Leipzig a quien cada parpadeo le toma cerca de catorce minutos y a una infortunada taquígrafa sudafricana cuyos bostezos jamás se completan en menos de ocho horas.

El caso más impresionante es, sin duda, el de Juan Javier Magariños de la Cuesta, un carpintero oriundo de Vigo que sintió una molesta picazón en la nariz allá por Marzo de 1965, cuando era apenas un adolescente, y todavía hoy se encuentra en pleno proceso de completar ese estornudo que comenzó hace más de cuarenta años. Pasa el tiempo sentado en su cama, con los ojos bien cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta de par en par, repitiendo un "ah, ah" que se hace cada día más urgente. Los doctores que se ocupan de su caso coinciden en que el paso de Juan Javier a la etapa final de su delicada situación es inminente, y por lo tanto han ordenado la compra de varias toneladas de pañuelos de papel tissue y una importante dotación de paraguas para las enfermeras que tengan la mala fortuna de tener que atenderlo en años venideros.

Fabulando

Érase una vez un matrimonio de campesinos que vivía en una cómoda cabaña en las afueras de un bosque. Allí cultivaban frambuesas rojas como rubíes y melocotones tan suaves que, si uno cerraba los ojos al tocarlos, ni siquiera se enteraba de que lo estaba haciendo. Con estas frutas se dedicaban a confeccionar mermeladas y confituras que luego vendían por las mañanas en la feria de un pueblo cercano, y así pasaban plácidamente sus días.

La doncella de la casa se llamaba Isolina, y era hermosa como el instante en que vuelve a asomar el sol luego de un chaparrón de verano. Sus manos olían siempre a azúcar y podía derretir la nieve con una simple sonrisa. Tanta armonía había en sus facciones, tan grácil era su andar, que cualquier príncipe hubiera sido capaz de librar mil batallas por el amor de semejante muchacha. Sin embargo allí estaba ella, abrumadoramente sencilla, feliz entre sus árboles en flor y cuencos rebosantes de almíbar.

Su marido Leopoldo, muy por el contrario, era lo más cercano a un esperpento que jamás se hubiera visto en el reino y sus alrededores. No había parte de su cuerpo que no estuviera cubierta por algún tipo de verruga, mancha o escoriación supurante. Había perdido el ojo izquierdo en una reyerta de juventud y, quizás para compensar, un ataque crónico de reuma lo obligaba a renquear de la pierna derecha. Además, no era demasiado adepto a tomar baños, y hedía tanto que las mariposas que osaban acercársele a menos de diez yardas caían fulminadas en forma instantánea. Cuando bebía alcohol, lo cual ocurría con gran frecuencia, solía tornarse violento y propinarle largas zurras a Isolina sin razón alguna. Era tan terrible y bien ganada su fama de espanto que las madres de la comarca solían amenazar a sus pequeños con "llamar a Leopoldo el Dulcero" si se negaban a marcharse a la cama por las noches.

Un buen día, Leopoldo se sentó a la mesa del almuerzo con aire preocupado. Una sombra de mortificación cruzaba su espantoso semblante y su lengua verdosa jugueteaba nerviosamente alrededor de los pocos dientes que le quedaban.

—¡Leopoldo, luces tan preocupado! ¿Ocurre algo malo? —preguntó tiernamente Isolina, mientras terminaba de preparar un delicioso potaje de ganso, habas y romero.

—Tengo la terrible sospecha de que nuestro creador me odia, Isolina.

—¿Nuestro creador? Pero... ¿de qué estás hablando, marido mío? —respondió ella en esa voz aterciopelada capaz de hacer callar, avergonzados, a los pájaros más armoniosos de todo el bosque—. Por favor, dime que no has estado bebiendo aguardiente de calabaza con tus amigos otra vez.

—Me refiero al encargado de detallar nuestras vidas hasta este preciso momento, aquél quien se arrogó la infausta tarea de dictar nuestro destino. ¿Es que acaso no te das cuenta, mujer? ¡Ese bastardo no pudo haber imaginado nada peor que este engendro deleznable que veo cada mañana en el espejo! Mi horripilante apariencia exterior es sólo comparable con la inmundicia que desborda de mi negro y frío corazón.

Leopoldo sacudió su cabeza amargamente por unos segundos antes de continuar.

—Y lo que resulta aún peor de todo este asunto es tu increíble belleza. Eres tan perfecta que no me cabe duda alguna de que está absolutamente enamorado de tí.

—Ay, pero qué cosas dices, cariño. ¿Realmente crees que somos sólo el resultado de la febril imaginación de un pobre loco? Mejor olvídate de tus infundados recelos y prueba este guiso, que seguramente te calentará el estómago y mejorará tu humor.

Tomando su cuchara con aire distraído, Leopoldo tomó un bocado del humeante preparado que Isolina colocó frente a él, sin dejar de hablar y quejarse mientras masticaba.

—No son sólo desvaríos míos, te lo aseguro. Es bien sabido que cuando alguien en un relato es tan repugnante como yo, tarde o temprano terminará por ser eliminado, pues es lo que los lectores quieren. Ésa es justamente la definición clásica de un villano, ¿o no? Tendré que andar con mucho cuidado de ahora en más—. Levantando un dedo intimidante, agregó: —¡Y si me llego a enterar de que tú estás en complicidad con este cuentista de cuarta, te espera tal paliza que...!

Leopoldo nunca pudo terminar de proferir su amenaza, pues comenzó a sufrir violentas convulsiones y su único ojo sano se puso en blanco. Se tomó el cuello con una mano intentando en vano volver a respirar, mientras estiraba su otro brazo buscando inútilmente la ayuda de Isolina, quien observaba la escena con inmóvil placidez. Eventualmente, luego de una serie de accesos de tos sanguinolienta, Leopoldo se desplomó pesadamente sobre la mesa y exhaló su último suspiro con el rostro hundido en su fatal plato de comida.

Con toda la calma del mundo, Isolina salió de la cabaña, tomó una pala del depósito de herramientas aledaño a la huerta y se dispuso a cavar una sepultura para su malogrado esposo, junto al arbusto de frambuesas más fértil de la plantación. Tarareando una melodía imposiblemente dulce, trabajó sin prisa: tenía por delante un futuro de dicha eterna y la sensación de libertad resultaba embriagadora.

A su alrededor, el cielo de la tarde era más azul que nunca.

Moraleja: Si de fábula tú eres personaje y son muchas las penurias que te abruman, pues seguro que tu escriba te aborrece. Fuego, balas o veneno de un brebaje, (te lo digo yo, que soy el de la pluma): mil maneras hay, es fijo que pereces.

Escape

En el Circo de los Hermanos Farfalla suele darse una situación inversa a la habitual: dos o tres veces al año, el circo entero decide escapar de su destino trashumante y fugarse con algún niño del lugar. Y es entonces que los dueños (Aldo, Benedetto y Celestino) se ven obligados a recorrer en plena madrugada las calles del pueblo de turno, en pantuflas y camiseta y maldiciendo por lo bajo en genovés, hasta dar con el paradero del prófugo.

De todas maneras, no es ésa una tarea demasiado complicada. Imaginen las dificultades del pobre circo para intentar ocultar sus carpas, parantes, animales, pistas y graderías en el bolsillo trasero de los pantalones raídos de una criatura que no tuvo mayor responsabilidad que haber sido el más risueño durante la función de matiné.

(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos)

Juntos y bien revueltos

Cuando se fundó el Circo de los Hermanos Farfalla, hace ya más de cien años, las costumbres de la época no admitían que los miembros de los distintos gremios circenses confraternizaran demasiado entre sí. Recordemos, por ejemplo, el caso de aquella trapecista que fue arrojada al vacío sin red, luego de haber sido sorprendida in fraganti besando a un mago detrás de la boletería en una mañana fresca de otoño.

Pero el tiempo pasó y los viejos prejuicios fueron desapareciendo. Las relaciones interdisciplinarias en el circo son cada vez más comunes, resultando en nuevas generaciones de artistas híbridos que combinan las habilidades de sus padres en las más variopintas formas. Así es que hoy tenemos domadores que se enfrentan a las fieras dando volteretas y luciendo ridículos zapatones amarillos, equilibristas que extraen conejos de sus galeras en plena cuerda floja y, más curiosamente, orangutanes que resultan eximios malabaristas sin necesidad de ningún tipo de entrenamiento.

Pasando la posta

Buenos Aires, 3 de Enero de 2006 - En alguna esquina de los suburbios de esta ciudad, en el interior de una sobria oficina de paredes despojadas, tuvo lugar esta tarde una reunión de ribetes históricos que en el futuro será indudablemente considerada como el punto inicial de una historia de gloria y triunfos. Allí, durante una charla que se estiró por varias horas, el ya retirado astro futbolístico Diego Maradona se encontró por primera vez con Mateo El Grande, notable prodigio de las canchas que ya deslumbra a propios y extraños por sus habilidades con el balón a la tierna edad de un año y tres meses.

Pocos detalles pudimos recabar de dicho encuentro, ya que apenas tuvimos oportunidad de recopilar unas breves frases y tomar un par de fotografías con nuestra cámara antes de ser invitados a retirarnos del recinto. Pero la sensación de que allí estaba ocurriendo algo realmente trascendente era imposible de ignorar.

La charla, por momentos, se asemejaba más a un soliloquio del ex-número 10 de nuestra selección, con el ínfimo proyecto de crack absorbiendo los conceptos como si de un alumno aplicado se tratara. "En tu vida vas a tener que sufrir constantemente a tipos como éstos, alimañas que buscan meterse en tus cosas y revolver tus trapos sucios", dijo el astro mientras señalaba al presente cronista y al fotógrafo que me acompañaba. "Pero vos tenés que tratar de abstraerte de todo eso y de preocuparte únicamente por llenar la cancha de belleza y de hacer feliz a la gente. A toda la gente, y muy especialmente a vos mismo". Mateo mantuvo sus ojos fijos en el astro mientras éste completaba su idea con una última frase casi críptica, pero que el pequeñuelo pareció entender a la perfección: "Manchá la pelota, sí, pero sólo con la tinta del amor".

La segunda imagen que pudo rescatarse de esta histórica cumbre muestra el momento en que Maradona, con lujo de detalles, rememora por enésima vez en su vida el segundo gol a Inglaterra en el mundial de México de 1986. El pequeño Mateo, en una reacción visceral que seguramente heredó de su padre, no puede evitar derramar algunas lágrimas de emoción. Hasta el habitualmente impasible representante de la joven futura estrella, un enigmático personaje sólo conocido como "el Gordo Barney", aparece visiblemente conmovido por la escena.

Instantes después, las puertas se cerraban a nuestras espaldas y la reunión se alejaba de miradas indiscretas. A pesar de la brevedad del lapso en que fuimos testigos de esta cumbre, algo resulta absolutamente claro: Maradona ha elegido a Mateo El Grande como su sucesor natural, ungiéndolo durante este encuentro como una suerte de mesías llamado a recuperar la gloria futbolística que nuestro país algún día supo tener. La antorcha, mis amigos, cambió de mano.

Que los eventuales rivales de Argentina en el mundial del 2026 empiecen a preocuparse muy seriamente.

Igualito

La gente dice que tengo los ojos de mi papá, los gestos de mi mamá, el pelo de mi abuela materna y las cejas de mi abuelo paterno.

La gente también dice que tengo la sonrisa de un campesino arrocero en las afueras de Tokio a principios del siglo XIV, el andar de un cardumen de salmones noruegos, la resistencia al frío de una vasija de adobe, el sentido de la orientación de un amortiguador coaxial a resorte y la habilidad deportiva de un suspiro de esa novia abandonada que se asoma todas las mañanas por el balcón del cuarto piso.

Claramente, la gente no tiene la más pálida idea sobre genética.

Listas

Luisa es experta en listas. Ella lo sabe y secretamente se enorgullece, aunque jamás lo mencionaría en una charla con un hombre al que recién conoce en una fiesta. De todas maneras, Luisa no va a fiestas ni habla con hombres desconocidos. Jamás escribió las palabras "comprar un vestido para esta noche" en una de sus listas, y probablemente nunca lo haga.

Para confeccionarlas, compra siempre libretas espiraladas de páginas gruesas con renglones azules casi imperceptibles. Al principio no se preocupaba demasiado por la estética, usando papelitos sueltos y cualquier birome que encontrara por ahí, pero con el tiempo se transformó en una verdadera artesana. Se sienta cada mañana, blandiendo un rotulador de tinta perfectamente negra en una mano y una taza de té en la otra, y enumera las actividades planeadas para la fecha en esa letra cursiva algo inclinada que siempre causó admiración entre sus tías viejas. Si se llega a equivocar, no borra ni corrige ni tacha: arranca la hoja sin inmutarse y empieza de nuevo. Sus listas merecen ser perfectas.

Durante el resto del día, la libreta pasa a reposar sobre la mesita del teléfono, junto a un lápiz rojo de trazo grueso. Apenas concluye alguna de las tareas listadas, Luisa va (a veces trotando por la impaciencia, siempre sonriendo satisfecha) y cruza el ítem correspondiente con una línea sin temblores.

Paulatinamente, Luisa se fue dando cuenta de que disfruta más tachar un renglón de la lista que el acto de realizar la actividad en sí, y por eso sus listas van poniéndose más exhaustivamente detalladas. Por ejemplo, ya no se ocupa más de "lavar la ropa"; ahora se trata de "separar por colores", "cargar la máquina", "agregar suavizante", y así. Cuanto más larga es la lista, esa pequeña sensación triunfal de trazar una nueva línea roja se repite con mayor frecuencia.

Algunas noches, Luisa sueña que sobre la mesita del teléfono se encuentra con una lista mágica e interminable, en la que cada ítem reza simplemente "tachar este renglón". Cuando eso pasa, Luisa suspira dormida y mueve las manos como si tuviera en sus manos el lápiz más rojo que jamás haya existido. A veces, incluso, se ríe a carcajadas, sin abrir los ojos ni dejar de soñar, rebosante de una alegría que nunca vive mientras está despierta.

Margaritas

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Los responsables de marketing del almacén "La Nueva Florida", sito en la localidad de Burzaco (provincia de Buenos Aires), acaban de rechazar esta fotografía que les propuse para ilustrar su almanaque del año 2006, a ser repartido como presente navideño entre su clientela más fiel. La excusa que esgrimieron es que aparece una mosca posada sobre un pétalo de la margarita central, tal como se puede apreciar con más claridad en este detalle:

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En vano traté de explicarles que, en realidad, la estrella de la imagen es la mosca, y que las flores sirven simplemente como un contraste ambiental que provoca que la fealdad revulsiva inherente al insecto sea aún más evidente para el ojo humano, representando la lucha entre la belleza y lo inmundo que se libra de modo constante en el mundo contemporáneo. No hubo caso. Al final terminaron eligiendo una fotografía de dos gatitos jugando en una canasta repleta de coloridos ovillos de lana, muy simpática pero desprovista de cualquier tipo de contenido filosófico.

Moraleja: el arte conceptual y los pequeños negocios barriales no suelen ser muy compatibles.