Cuando se fundó el Circo de los Hermanos Farfalla, hace ya más de cien años, las costumbres de la época no admitían que los miembros de los distintos gremios circenses confraternizaran demasiado entre sí. Recordemos, por ejemplo, el caso de aquella trapecista que fue arrojada al vacío sin red, luego de haber sido sorprendida in fraganti besando a un mago detrás de la boletería en una mañana fresca de otoño.
Pero el tiempo pasó y los viejos prejuicios fueron desapareciendo. Las relaciones interdisciplinarias en el circo son cada vez más comunes, resultando en nuevas generaciones de artistas híbridos que combinan las habilidades de sus padres en las más variopintas formas. Así es que hoy tenemos domadores que se enfrentan a las fieras dando volteretas y luciendo ridículos zapatones amarillos, equilibristas que extraen conejos de sus galeras en plena cuerda floja y, más curiosamente, orangutanes que resultan eximios malabaristas sin necesidad de ningún tipo de entrenamiento.