En sus retornos anuales a cada pueblo, el Circo de los Hermanos Farfalla jamás muestra mejorías en las habilidades de sus animales. Por el contrario, las fieras más experimentadas son gradualmente reemplazadas por cachorros torpes, poco vistosos en la pista pero libres de mañas y más baratos de mantener. Mientras tanto, las salchichas que se venden en el puesto de comidas tienen cada vez más gusto a trompa polvorienta, a melena vieja, a garra triste.
Lunghetta, la jirafa
—¿Hace frío allá arriba? —le gritan los chimpancés, entre risas—. ¿Llegás a ver a tu mamá en África? ¿O la nubosidad disminuye parcialmente tu visibilidad?
Se cruzan entre sus patas flacas, haciéndola tropezar. Usan su cuello como tobogán. Se balancean colgados de su cola. Y Lunghetta la jirafa, fiel a la zoología, la genética y la historia, soporta el acoso incesante de los monos del Circo de los Hermanos Farfalla sin emitir palabra.
Pero durante las horas oscuras de la noche, cuando detrás de la enorme carpa es todo grillos y ronquidos, Lunghetta afila con ahínco sus colmillos en las barras de la jaula y sueña con el momento, cada día más cercano, en el que espante a toda la troupe con ese alarido que lleva miles de años atragantado en su garganta y luego se zampe a Pocholito, el más descarado de esa banda de primates, de un largo y lentísimo trago.
(Entradas anteriores en la saga del Circo de los Hermanos Farfalla)
El Gran Cambiazo
El Circo de los Hermanos Farfalla tiene una tradición, conocida como El Gran Cambiazo: una vez al año, en función privada, los trabajadores del circo intercambian sus roles. Todos aquellos que normalmente están detrás de escena (criadores de animales, iluminadores, empleados de limpieza, contadores y choferes) se calzan zapatones, galeras y trajes de lentejuelas, toman clavas y monociclos, se pintan la cara y salen a la pista. Mientras tanto, los payasos, domadores, magos y malabaristas ayudan tras bambalinas o se sientan en la platea como espectadores, tratando sin éxito de que sus falsas carcajadas disimulen el llanto inevitable. No lloran por la mala calidad del espectáculo (aunque tendrían todo el derecho de hacerlo), sino porque se asoman a una certeza trágica: ellos, los profesionales con múltiples títulos de escuela de circo y décadas de experiencia, son día tras día tan patéticos como esos toscos aficionados que hoy se tropiezan entre sí bajo las luces de los reflectores. Al día siguiente del Gran Cambiazo nunca hay función.
(Entradas anteriores en la saga del Circo de los Hermanos Farfalla)
Consultoría externa
Que la vida del trabajador circense no es un oasis de opulencia es un hecho ampliamente demostrado. Pero algunos miembros del Circo de los Hermanos Farfalla no sólo se multiplican laboralmente en el ámbito de las carpas, sino que también hacen uso de sus respectivas habilidades en pequeñas tareas rentadas allá afuera, en el mundo real. Luciendo sus largos zancos, los equilibristas limpian la parte superior de los toldos en el almacén del pueblo que les toca en suerte cada semana. Los payasos dan rienda suelta a su angustia acumulada, derramando gordos lagrimones mientras posan para óleos espantosamente cursis. Si alguien dejó caer una moneda en algún rincón inaccesible, no tiene más que acudir a Josefina, la bella contorsionista (a quien las malas lenguas acusan de entreverarse en actividades bastante menos inocentes, aprovechando su extraordinaria flexibilidad corporal y las fantasías desbordadas de la población masculina de la zona).
Pero el negocio externo más exitoso es quizás también el más macabro: esos simpáticos enanos que durante la función de matiné hacen las delicias de los niños, por las noches conforman un temible grupo de asesinos a sueldo capaces (por el precio correcto) de escabullirse en casas ajenas a través de claraboyas, rendijas o desagües y estrangular sin remordimientos a la víctima de turno con sus minúsculas manitos enguantadas.
Dicen que, de todos ellos, el más mortífero y salvaje es un tal Firuletín.
(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos - Escape - Roles múltiples)
Roles múltiples
A pesar de su fama legendaria, el Circo de los Hermanos Farfalla no es un éxito comercial ni mucho menos. La única manera de cubrir los costos es que los artistas cumplan también con alguna otra función mucho más administrativa y ordinaria: hay payasos camioneros, trapecistas encargados de limpiar las jaulas y un mago que todas las noches cocina la cena en una olla enorme, como si estuviera preparando una poción secreta.
Relámpago el Increíble Caballo Matemático, naturalmente, es quien lleva adelante la contabilidad de la empresa. El hecho de que no sepa contar más allá del número diez (marcando clop, clop, clop con el casco delantero derecho) no resulta un problema: la cantidad de público en una función jamás superó esa cifra.
(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos - Escape)
Escape
En el Circo de los Hermanos Farfalla suele darse una situación inversa a la habitual: dos o tres veces al año, el circo entero decide escapar de su destino trashumante y fugarse con algún niño del lugar. Y es entonces que los dueños (Aldo, Benedetto y Celestino) se ven obligados a recorrer en plena madrugada las calles del pueblo de turno, en pantuflas y camiseta y maldiciendo por lo bajo en genovés, hasta dar con el paradero del prófugo.
De todas maneras, no es ésa una tarea demasiado complicada. Imaginen las dificultades del pobre circo para intentar ocultar sus carpas, parantes, animales, pistas y graderías en el bolsillo trasero de los pantalones raídos de una criatura que no tuvo mayor responsabilidad que haber sido el más risueño durante la función de matiné.
(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos)
Juntos y bien revueltos
Cuando se fundó el Circo de los Hermanos Farfalla, hace ya más de cien años, las costumbres de la época no admitían que los miembros de los distintos gremios circenses confraternizaran demasiado entre sí. Recordemos, por ejemplo, el caso de aquella trapecista que fue arrojada al vacío sin red, luego de haber sido sorprendida in fraganti besando a un mago detrás de la boletería en una mañana fresca de otoño.
Pero el tiempo pasó y los viejos prejuicios fueron desapareciendo. Las relaciones interdisciplinarias en el circo son cada vez más comunes, resultando en nuevas generaciones de artistas híbridos que combinan las habilidades de sus padres en las más variopintas formas. Así es que hoy tenemos domadores que se enfrentan a las fieras dando volteretas y luciendo ridículos zapatones amarillos, equilibristas que extraen conejos de sus galeras en plena cuerda floja y, más curiosamente, orangutanes que resultan eximios malabaristas sin necesidad de ningún tipo de entrenamiento.