Que la vida del trabajador circense no es un oasis de opulencia es un hecho ampliamente demostrado. Pero algunos miembros del Circo de los Hermanos Farfalla no sólo se multiplican laboralmente en el ámbito de las carpas, sino que también hacen uso de sus respectivas habilidades en pequeñas tareas rentadas allá afuera, en el mundo real. Luciendo sus largos zancos, los equilibristas limpian la parte superior de los toldos en el almacén del pueblo que les toca en suerte cada semana. Los payasos dan rienda suelta a su angustia acumulada, derramando gordos lagrimones mientras posan para óleos espantosamente cursis. Si alguien dejó caer una moneda en algún rincón inaccesible, no tiene más que acudir a Josefina, la bella contorsionista (a quien las malas lenguas acusan de entreverarse en actividades bastante menos inocentes, aprovechando su extraordinaria flexibilidad corporal y las fantasías desbordadas de la población masculina de la zona).
Pero el negocio externo más exitoso es quizás también el más macabro: esos simpáticos enanos que durante la función de matiné hacen las delicias de los niños, por las noches conforman un temible grupo de asesinos a sueldo capaces (por el precio correcto) de escabullirse en casas ajenas a través de claraboyas, rendijas o desagües y estrangular sin remordimientos a la víctima de turno con sus minúsculas manitos enguantadas.
Dicen que, de todos ellos, el más mortífero y salvaje es un tal Firuletín.
(Anteriormente, en esta misma saga: Juntos y bien revueltos - Escape - Roles múltiples)