—¿Hace frío allá arriba? —le gritan los chimpancés, entre risas—. ¿Llegás a ver a tu mamá en África? ¿O la nubosidad disminuye parcialmente tu visibilidad?
Se cruzan entre sus patas flacas, haciéndola tropezar. Usan su cuello como tobogán. Se balancean colgados de su cola. Y Lunghetta la jirafa, fiel a la zoología, la genética y la historia, soporta el acoso incesante de los monos del Circo de los Hermanos Farfalla sin emitir palabra.
Pero durante las horas oscuras de la noche, cuando detrás de la enorme carpa es todo grillos y ronquidos, Lunghetta afila con ahínco sus colmillos en las barras de la jaula y sueña con el momento, cada día más cercano, en el que espante a toda la troupe con ese alarido que lleva miles de años atragantado en su garganta y luego se zampe a Pocholito, el más descarado de esa banda de primates, de un largo y lentísimo trago.
(Entradas anteriores en la saga del Circo de los Hermanos Farfalla)