El pabellón noroeste del Hospicio Santa Elvira alberga casi exclusivamente a pacientes afectados con Síndrome de Retraso Temporal Específico. Se trata de gente cuya salud es prácticamente normal, excepto por un detalle: alguna de sus funciones corporales se encuentra notablemente ralentizada con respecto al resto. Allí podemos encontrar, por ejemplo, a un sepulturero de Leipzig a quien cada parpadeo le toma cerca de catorce minutos y a una infortunada taquígrafa sudafricana cuyos bostezos jamás se completan en menos de ocho horas.
El caso más impresionante es, sin duda, el de Juan Javier Magariños de la Cuesta, un carpintero oriundo de Vigo que sintió una molesta picazón en la nariz allá por Marzo de 1965, cuando era apenas un adolescente, y todavía hoy se encuentra en pleno proceso de completar ese estornudo que comenzó hace más de cuarenta años. Pasa el tiempo sentado en su cama, con los ojos bien cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta de par en par, repitiendo un "ah, ah" que se hace cada día más urgente. Los doctores que se ocupan de su caso coinciden en que el paso de Juan Javier a la etapa final de su delicada situación es inminente, y por lo tanto han ordenado la compra de varias toneladas de pañuelos de papel tissue y una importante dotación de paraguas para las enfermeras que tengan la mala fortuna de tener que atenderlo en años venideros.