Personal

Un poco de amor, Frances

Estamos organizando una multitudinaria concentración en la playa durante la tarde de hoy, alrededor de las cinco, cinco y media de la tarde, para todos juntos soplar al unísono hacia el Este-Sureste y mandar al Huracán Frances para el lado del Sahara, que parece que allá andan necesitando algo de humedad.

Para mayores datos, dirigirse a Avenida Costanera y Colectora, departamento 17, por el pasillo al fondo. Golpear las manos y preguntar por Panza, Chueco o El Pulga.

Máximas mínimas

Si San Martín pudo adoctrinar a su hija Merceditas, bien puedo yo ensayar algunos consejos para mi futura prole. Y rezan así:

  • La simpatía por un equipo de fútbol no es una libre elección sino una cuestión de herencia inapelable. Así que nada de rebeldías genéticas.
  • Si tu anécdota termina con la frase "... y ahí estábamos, un turco, una alemana, la pareja de japoneses y yo, completamente perdidos en Budapest, sentados en un bar en donde servían una sidra tibia increíble y riéndonos a carcajadas de cualquier cosa" o algo similar, no la cuentes. Todos te odiarán, y con razón.
  • Conocer mucho a alguien no implica ninguna virtud extraordinaria en dicha persona, y viceversa. O sea, hay mucho ser fantástico con el que jamás cruzarás palabra y mucho guacho que te abrazará en cada cumpleaños, y viceversa.
  • Cuando vayas manejando el auto y estés cantando a grito pelado, hacelo con un gesto serio y sin revolear demasiado la cabeza. Los demás creerán que estás en una importantísima llamada de negocios en tu celular hands-free. ¡Ojo! Una ventanilla mal cerrada o una canción con vocales demasiado prolongadas pueden destrozar el efecto.
  • No me lleves demasiado el apunte, ni siquiera en forma de máximas.

No creo que esto termine acá. Tengo en las gateras cientos de consejos más para ser sabiamente ignorados.

Impresiones de un encuentro fugaz con George Hamilton

  • Las cámaras no sólo agregan cinco kilogramos de peso, sino que además incrementan la altura alrededor de veinte centímetros.
  • Es absolutamente posible estirarse la cara hasta el punto en que las orejas se toquen cerca de la nuca.
  • No importa cuán glamoroso sea uno, a cierta edad es obligatorio que la cintura de los pantalones sobrepase la línea del ombligo.
  • Un lunar en el punto exacto del rostro bien puede resultar el pasaporte a una vida de fama y excesos.
  • Nunca, nunca debe uno excederse en el uso de la cama solar. Nunca.

El paparazzo intrépido

Perfil de Mateo, príncipe heredero del Reino Entintado

Perfil de Mateo, príncipe heredero del Reino Entintado

En horas de la tarde de la presente jornada, el afamado fotógrafo de celebridades Pietro Stromboli logró burlar todas las barreras de seguridad y consiguió retratar a uno de los personajes más buscados de la actualidad del jet-set mundial. Munido de un fantástico disfraz completo con maquillaje y peluca al tono, Stromboli se hizo pasar como una veterana técnica en imágenes computadas y consiguió varias tomas fotográficas del joven Mateo I, príncipe heredero de la Corona Entintada, que a la sazón se encontraba inmerso en una inquieta siesta intrauterina matizada con abundante succión dactilar.

Otra toma del gurrumín tintillo

Otra toma del gurrumín tintillo

Este humilde blog logró adquirir los derechos para publicar de manera exclusiva las imágenes que acompañan estas líneas, previo pago de una suma que rondó las seis cifras. Al admirar el apuesto perfil de la minúscula criatura queda claro que no hay rastros de los dudosos rasgos de su zaparrastroso progenitor. Gracias a Dios, las plegarias del pueblo surtieron efecto y el muchachito será un orgulloso portador de toda la extraordinaria belleza de su turgente madre.

Esperanzas vanas


"Saco mi esperanza, igual que una deslumbrante joya,
y la guardo, otra vez sola"
Juan Ramón Jiménez


Mis esperanzas son tramas borrosas
de fantasías cifradas en claves confusas.
En los sueños abren cauces rosados y profundos.
Cuando despierto me alientan y elevan mi ánimo.
Echadas a vuelo trepan las aspas de los molinos,
que en su girar las dispersan al infinito.
Nacerán nuevas, una tras otra, como las olas del mar,
pero como éstas, pocas conservarán su espuma...

Los versos que hoy nos engalanan no son míos (como ya todos habrán sospechado por la calidad de los mismos), sino que pertenecen a un laureadísimo cuentista y poeta del Sur del Gran Buenos Aires, Enrique R. Fernández Anderson. Forman parte de su flamante libro "Poemas sobre mucho o nada", todavía no disponible para el público en general, pero todo llegará a su debido tiempo. Mantengan las orejas peladas para captar más novedades al respecto.

Por una de esas casualidades injustas de la vida, a Don Fernández Anderson le tocó padecerme como nieto, y su inspiración y aliento son razones fundamentales para que Amor Entintado exista hoy. Así que ya saben a dónde dirigir sus reclamos. Ojalá que al pobre no se lo juzgue por este flagrante error en un océano de mayúsculos aciertos.

Y no se preocupen, que ya volverá este blog a su mediocridad habitual. Aprovechen este remanso brillante mientras dure.

Nostalgia

Juntando coraje para salir a la pista

Juntando coraje para salir a la pista

Mediados de los años ochenta. Una época más cándida e inocente, en la que era socialmente aceptable asistir a un ágape barrial en pantalones cortos y camisa. Por otro lado, los pantalones largos podían alegremente terminar veinte centímetros por arriba del tobillo, exponiendo las medias flúo en toda su cromática gloria. Los pisos de cerámica de toda la comarca brillaban, bruñidos como un sol, porque la Gran Escasez de Cera del 89 todavía no se vislumbraba en el horizonte. Las palabras no eran necesarias para sacar a bailar a las chicas; un cabeceo sobraba. Nunca importó que la canción fuera, irremediablemente, una y otra vez la misma. Al fin y al cabo, el otro siempre estaba ahí. Para qué pedir más.

Última foto y ya salimos

Última foto y ya salimos

Esas piernas desnudas, algo chuecas a la altura de las alpargatas, todavía no soñaban con chapotear en un arroyo de tinta teñida de amor. Ese jardinero de rubio flequillo ni siquiera imaginaba los mares contra los que se estrellaría con sumo placer. Y sin embargo ambos ya sabían que veinte años no son nada cuando al fin los caminos paralelos se terminan por cruzar.

Escándalo fotográfico

Una de las poses más ofensivas del pequeño nudista

Una de las poses más ofensivas del pequeño nudista

Al grito de "¡Doscientos setenta gramos de puro macho argentino!", un diminuto y depravado nudista se dejó hoy fotografiar sin pudor alguno, mientras los adultos responsables presentes en el lugar no hacían más que enjugar lágrimas de incomprensible emoción ante el escandaloso espectáculo. Con el único propósito de ejemplificar semejante escena, ilustramos estos comentarios con una de las muchas ofensivas poses del pequeño exhibicionista (autointitulada "fijate si desde atrás se ven mejor los gladiolos"), destacando los detalles más obscenos con un círculo de puntos generados digitalmente, para mejor comprensión de nuestros estimados lectores.

La decadencia de nuestra sociedad, lamentablemente, no da señales de detenerse.

Eclipse de panza

La panza de marras a punto de ocultar al paquidermo

La panza de marras a punto de ocultar al paquidermo

Miami, EE.UU. (Reuters).- Momentos de tensión se vivieron ayer por la tarde en el zoológico metropolitano de esta ciudad cuando Betsy, la adorable elefanta asiática, desapareció de la vista de todos por algunos segundos. Escenas de pánico entre los azorados asistentes al parque se suscitaron a diestra y siniestra hasta que alguien notó que Betsy no se había desvanecido mágicamente, sino que estaba oculta detrás del turgente abdomen de una bella jovencita que sorbía un helado de agua, ajena a la desesperación generalizada. Una vez aclarada la inusitada situación, la dueña de la expectante barriga (a la que únicamente se conoció con el extraño mote de La Entintada) sólo atinó a sonreir avergonzadamente y alejarse de la mano de su afortunadísimo acompañante, haciendo que todos olvidaran los instantes de zozobra y suspiraran fascinados ante tanta gracia y belleza. El saldo final: tan sólo algunos corazones rotos.

Desmemoria acústica

Ayer a la tardecita iba solo en el auto cuando en la radio comenzó a sonar Nightswimming y en un instante se me llenó el cuerpo de la melancolía más dulce que uno pueda imaginarse.

Quise tener doce años de vuelta y pasar los tres meses del verano del 88 en la vieja cabaña junto al lago en Cramdon Corner. Añoré estar sentado en el desvencijado muelle de madera, los pies chapoteando despacio en el agua y mis amigos tirados boca arriba a mi lado mirando el cielo en silencio, mientras la brisa suave de las ocho de la noche nos secaba el pelo. Me embargó el deseo de que pasara mi primo Ted a buscarnos en su pick-up destartalada y nos llevara en la caja al autocine a ver la misma película por décimocuarta vez, atragantándonos con caramelos pegoteados por el calor y una botella de cerveza sin gas traída a modo de infantil contrabando. Hubiera pagado por sentir una vez más la misma electricidad que me corría por la nuca cuando la veía pasar a Molly por la puerta de la fuente de soda del viejo Wilbur, cruelmente ataviada con pantalones demasiado cortos y la camisa anudada sobre el ombligo, riéndose sin darse cuenta de que llevaba todas mis ilusiones en los hombros.

Me pregunto si en ese preciso momento, en Georgia o Carolina del Sur, un muchacho de veintipico largos estaba escuchando una canción y sintiendo nostalgia de un picado con una pelota desgajada en una cortadita de empedrado a dos cuadras de la estación, de medialunas con dulce de leche a la tarde en la pileta de Adrogué, de un jumper azul y unos ojos almendrados abajo de un árbol en el patio de séptimo grado.

Algún distraído allá arriba nos traspapeló las saudades.

Soundtrack

Tengo algunos comentarios y observaciones para hacerte, señor encargado de la banda de sonido de mi vida.

La mayor parte del tiempo (disculpame que sea tan duro y directo) estás distraído y no prestás atención a tus tareas. Día tras día tenés innumerables oportunidades de ser sublime y las dejás pasar, indolente. Por ejemplo, desde acá veo en la vereda de enfrente a un cincuentón de gruesas patillas y colorida camisa cuyo rítmico andar pide a gritos que suene "Fiebre de sábado por la noche", pero vos no reaccionás y el momento pasa. O hace un rato, cuando dejó de llover y se filtró el sol entre las nubes después de un par de días oscuros, pero George Harrison no cantaba "Here comes the sun".

A veces siento que directamente me odiás. Por ejemplo, sabés muy bien que la primera canción que escucho temprano a la mañana va a quedar alojada durante todo el resto del día en un riconcito de mi inconsciente, lista para ser tarareada en el ascensor o silbada en la ducha. Entonces no puede ser que mi radio-reloj, en lugar de Gardel entonando "Madreselva" o cualquiera de los Beatles, me despierte nueve de cada diez veces con "Cachete con cachete" de Pancho y la Sonora Colorada.

Otras veces tu sentido del humor se me antoja demasiado ácido, como cuando estrellé mi Volkswagen 1500 contra un poste de teléfonos en la esquina de mi propia casa, y en la radio justo Dave Matthews cantaba eso de when you come crash / into me baby.

Pero a pesar de todo no voy a pedir que te peguen la patada en el culo que te merecés. Bien sabés que con el toque de inspiración que tuviste aquella tardecita en que la Entintada me ofreció por primera vez los labios tenés laburo asegurado hasta que decidas jubilarte.

Mea culpa

Estoy a un costado del escenario, entre telones y equipos de sonido, con la guitarra al hombro. Alguien está terminando de cantar, pero no se lo ve bien desde este ángulo por la iluminación. Leo García está parado al lado mío, vestido con una camperita azul y su sempiterna gorrita roja, cargando con un teclado como si llevara un atlas a la biblioteca. —Ahora salimos y tocamos "Esperanza de amor"—, me dice. Asiento en silencio, confiado.

Cuando llega nuestro turno, camino con paso firme hacia el centro del escenario momentáneamente oscuro y me planto frente al micrófono. A mi izquierda, Leo monta su teclado sobre un soporte, conecta los cables y me guiña el ojo en señal de aliento. En ese preciso momento, a escasos segundos de que se enciendan los reflectores, caigo en la certeza inexorable de que no conozco ninguna canción llamada "Esperanza de amor". No sé ni la letra que supuestamente tengo que cantar ni la melodía que llevaría. No conozco un mísero acorde. Se me ocurre que podría tratar de seguirlo de reojo a Leo en su teclado, pero mi escaso nivel musical hace imposible que traslade acordes de piano a guitarra en un tiempo razonable. Busco relajarme intentando unos arpegios, pero tengo los dedos resbalosos de sudor y mi guitarra está irrecuperablemente desafinada.

Cada vez que me despierto durante este tipo de pesadilla (y por suerte siempre ocurre justo antes de caer en el más absoluto ridículo), me sorprende el hecho de que en realidad no estoy sumido en la desesperación por no saber la canción o por no encontrar cordones para mis botines antes de salir a la cancha o por no conocer el mecanismo exacto para abrir el paracaídas. Lo que sí me suele embargar es una especie de enojo conmigo mismo: ¿Cómo puede ser que no haya afinado la guitarra si ésta es la oportunidad musical de mi vida? ¿Cómo es que no me traje una partitura para seguir? ¿Cómo olvidé enhebrar los cordones antes de salir hacia el estadio? ¿Cómo puedo ser capaz de subirme a un avión sin tomar siquiera una lección de paracaidismo?

Será que adscribo a la teoría del libre albedrío y creo que nuestro futuro es siempre consecuencia de nuestros actos precedentes. O será que, generalmente, yo tengo la culpa de todas las huevadas que me mando.

Conociendo al Entintado en tres preguntas pelotudas

Si fueras una herramienta de jardín, ¿cuál serías?
Una azada o un escardillo, pero no sé cuál es cuál.

¿Qué hay en la pared de tu habitación?
Las sombras de las ilusiones lloradas que se mueren secándose en mi balcón. Y un almanaque con un chimpancé vestido de bombero que me dieron en la mercería.

¿Cuál es tu sabor de helado favorito?
Como dice el poeta, aquello jamás probado será siempre lo más sabroso. Así que digamos pistacchio.

Geografía inconsciente

Llegamos a China tras un vuelo bastante accidentado, durante el cual el piloto en ningún momento intentó elevar el avión a más de cincuenta metros del suelo. Salgo a pasear directamente desde el aeropuerto junto a los otros viajeros y encuentro la ciudad marcadamente similar a México: casas cuadradas color arena, calles de tierra, cactus y palmeras por todos lados. No habiendo visitado jamás ninguno de estos dos países, no me parece particularmente extraño. "No se puede confiar los libros, y menos que menos en Internet", reflexiono.

Quizás debería dejar de comer pastillas de goma antes de irme a dormir.

Manifiesto

Todos aquellos que dejaron su marca indeleble en la historia de la humanidad poseían voluntades inquebrantables, ideas poderosas, convicciones absolutas. Lucharon por sus ideales y cambiaron el mundo, blandiendo su verdad tallada (figurativamente o no) en piedra. O, por lo menos, eso parece.

Yo, por mi parte, pertenezco al gelatinoso grupo que cambia de idea cada cinco minutos. Se nos puede convencer con llamativa facilidad de creer en cualquier cosa. Pasamos del amor al odio y viceversa, empujados por opiniones de terceros que jamás conocimos ni conoceremos, en búsqueda infructuosa de complacer a todo el mundo.

Pensé que era buen momento para formalizarnos como organización y aunar nuestros espíritus de veleta. Por un instante imaginé una convocatoria sin precedentes para elevar con orgullo nuestras frágiles determinaciones.

Quise escribir nuestro manifiesto, pero lo dejé por la mitad, lleno de manchas, borrones y tachaduras.

Sueño

Anoche tuve un sueño épico, complejo y desesperante, que hoy recuerdo con claridad inusitada.

Grupos de santos y curas, con Cristo a la cabeza y el Papa como su lugarteniente, se enfrentaban en un otrora tranquilo pueblito provinciano en sangrienta pelea contra legiones de muertos (tanto parlantes como mudos), quienes utilizaban al mundo animal como soldados en sus ataques. Gatos, perros, caballos, vacas, gallinas, pajaritos, ratas, piojos, lombrices: todos luchaban de manera muy organizada, como un verdadero ejército de hermanos. Los animales mostraban gran inteligencia y utilizaban todo tipo de ardides durante las batallas, desde mordidas rabiosas traicioneras hasta bombardeos con huevos podridos y excrementos, buscando sembrar la peste entre sus enemigos. Las huestes católicas, diezmadas por el miedo, las enfermedades y las heridas (muchos curas se veían obligados a desplazarse con muletas), decidieron replegarse, concentrándose en el cementerio junto a la iglesia, en donde se tuvo que suspender el casamiento que se estaba celebrando. Mientras tanto, el humo y las llamas de los incendios causados por la guerra se sumaban a la lluvia y el mal tiempo imperante y hacían estragos en los campos, arruinando irremediablemente las plantas de tomates y haciendo estériles los esfuerzos por salvarlas de los gallegos dueños de los sembradíos, que lloraban de la impotencia ante tanta desgracia. En medio de tanto dolor, madres e hijas en el pueblo vendían sus joyas desde los balcones, malgastando el dinero en comprar vino y emborracharse junto a las letrinas, ahogándose en su propio vómito.

Me desperté muy angustiado, no tanto por la pesadilla, sino porque se me va a complicar muchísimo decidir a qué número le juego en la quiniela de hoy.

Falta de consideración

Al dormir, suelo colocarme sobre el costado izquierdo, mirando hacia la ventana. Desde esa posición, y dada la altura del departamento, puedo ver claramente casi cinco cuadras de una calle medianamente transitada. De las cinco esquinas visibles, tres cuentan con semáforos. Llamémoslos, en orden de cercanía a mi ventana, semáforo A, semáforo B y semáforo C.

Luego de las once de la noche y vaya uno a saber hasta qué temprana hora de la mañana, los tres semáforos se desactivan para agilizar la escasa circulación de vehículos, pasando a mostrar el amarillo intermitente acostumbrado en estos casos. Lamentablemente, nunca, pero nunca ocurre que el orden de intermitencia entre los tres sea el correcto.

Me explico: si partimos de un instante inicial en que los tres semáforos están apagados (este momento, que bien podría no existir, sin embargo existe), entonces el primero en encender su farol amarillo es el semáforo A. Hasta ahí todo fantástico. Ahora bien, uno lógicamente espera que el siguiente semáforo en activarse sea el semáforo B, y luego el semáforo C, en una muestra de armónico orden, y luego continúe el hermoso ciclo A, B, C, ad infinitum.

Pues no. Luego de A, va el turro de C y le gana de mano a B, y todo se desmorona. ¿A, C, B? ¿A quién se le ocurre? Obviamente, ante esta descarada muestra de caos, no me puedo dormir. Noche tras noche, mis esperanzas de que algún funcionario público solucione esta flagrante muestra de mal gusto se desvanecen, con los ojos enrojecidos de disgusto.

Queda claro que a los responsables de este municipio poco les importa el bienestar de los sufridos vecinos. En las próximas elecciones ya van a ver.