Si San Martín pudo adoctrinar a su hija Merceditas, bien puedo yo ensayar algunos consejos para mi futura prole. Y rezan así:
- La simpatía por un equipo de fútbol no es una libre elección sino una cuestión de herencia inapelable. Así que nada de rebeldías genéticas.
- Si tu anécdota termina con la frase "... y ahí estábamos, un turco, una alemana, la pareja de japoneses y yo, completamente perdidos en Budapest, sentados en un bar en donde servían una sidra tibia increíble y riéndonos a carcajadas de cualquier cosa" o algo similar, no la cuentes. Todos te odiarán, y con razón.
- Conocer mucho a alguien no implica ninguna virtud extraordinaria en dicha persona, y viceversa. O sea, hay mucho ser fantástico con el que jamás cruzarás palabra y mucho guacho que te abrazará en cada cumpleaños, y viceversa.
- Cuando vayas manejando el auto y estés cantando a grito pelado, hacelo con un gesto serio y sin revolear demasiado la cabeza. Los demás creerán que estás en una importantísima llamada de negocios en tu celular hands-free. ¡Ojo! Una ventanilla mal cerrada o una canción con vocales demasiado prolongadas pueden destrozar el efecto.
- No me lleves demasiado el apunte, ni siquiera en forma de máximas.
No creo que esto termine acá. Tengo en las gateras cientos de consejos más para ser sabiamente ignorados.