Raúl toma un trago de gaseosa dietética y, al principio, no detecta diferencia con el sabor a lima limón de la versión azucarada.
Un parpadeo después, sin embargo, el paladar se le queja en una punzada metálica algo amarga, que casi inmediatamente se transforma en el sabor de ese primer beso, de su piel entre las sábanas, del mar en un Febrero demasiado lejos. Al tragar, se le entremezclan en la garganta todas las lágrimas lloradas desde la noche en que dobló una esquina y nunca jamás volvió a verla.
Raúl, por supuesto, prefiere evitar las gaseosas dietéticas.