Como en aquel cuento de Edgar Allan Poe en el que el mejor escondite para una carta resulta ser a la vista de todo el mundo, Mateo decidió que la manera más indicada de birlar los controles policíacos que buscaban prevenir su entrada al estadio de Hamburgo era la de ingresar disfrazado de aficionado común y corriente. Allá partió, todo de celeste y blanco, banderita en mano, camuflado entre miles de camisetas argentinas que inundaban la zona. Y mientras quien esto escribe tuvo que dejar su cámara en uno de los puestos de ingreso al estadio porque según los encargados de seguridad era "demasiado grande y profesional" (obviamente esta gente jamás vio ninguna de mis fotografías), Mateo lograba pasar en brazos de La Entintada, con una sonrisa inocente en los labios y una navaja con hoja de quince centímetros oculta en un costado del pañal.
Afortunadamente, logré agenciarme algunos métodos alternativos de captura de imágenes (gracias a generosas manos amigas) que nos permiten hoy salir del paso luego de tan mal trago para el blogging mundialista. A las pruebas me remito:
Cuando terminado el match nos retirábamos del estadio con la satisfacción de la victoria y el alivio de ver que nuestro minúsculo barrabrava no había causado ningún tipo de desaguisado antideportivo, cometimos el tremendo desatino de perderlo de vista por unos segundos, quizás embriagados por la euforia del momento. Esa mínima desatención bastó, sin embargo, para que Don Mateo se acercara a un numeroso grupo de aficionados identificados con los colores de Costa de Marfil y procediera a arrebatarles una enorme bandera de 30 metros de largo con la inscripción "Cote d'Ivoire ou mort", aprovechando la ocasión para hacerse también con un par de billeteras y susurrar barbaridades en francés a las integrantes femeninas más pulposas del pelotón.
En cuestión de segundos, cientos de irascibles marfileños (a los que con admirable rapidez se unieron varias dotaciones de la renombrada Polizei) nos perseguían a gran velocidad por las calles aledañas al estadio, buscando aplicar justicia de la manera más contundente posible ante las repudiables acciones de este precoz inadaptado social. Aprovechando el gentío, la noche cerrada y la cercanía de unas vías, saltamos en el último vagón de carga de un tren que atinaba a pasar por el lugar, sin tener la menor idea de su destino final pero agradeciendo la oportunidad de poder escapar de un castigo ejemplificador (y absolutamente merecido).
Cuando varias horas después el convoy detuvo su marcha, las primeras luces del día nos revelaron la descomunal belleza de las callejuelas de Praga, milenaria ciudad capital de la República Checa.
La sensación de que hay mucho más para contar es, a esta altura de las circunstancias, una innegable certeza.