El anciano, maltrecho y jadeante, vestido sólo con harapos malolientes, protesta: “¡No soy un viejo, tengo sólo veintitrés años! ¡Y estoy en excelente estado físico, si la semana pasada participé en un triatlón! Además, este flamante smoking que llevo puesto costó catorce mil dólares”.
El autor, avergonzado por su error, mata al personaje de un plumazo en la última frase del cuentito.