El Clan Entintado, en una especie de despedida simbólica del verano, decidió pasar un fin de semana largo (inventado) en la hermosa República Oriental que nos mira desde el otro lado del río.
Borracho de hospitalidad charrúa, hago mío el sentimiento expresado por un lector de la Mágica Web en este post. A riesgo cierto de pecar de ignorante generalizador y porteñocéntrico empedernido, la sensación que me asalta cada vez que piso Uruguay es la de estar en una versión alternativa de la Argentina, en la cual todas las esquinas del pasado fueron dobladas de manera algo mejor.
¿Pero acaso puede alguien resistirse a un lugar en el que es imposible decidir si es más hermoso de mañana o de noche?
Fue tal la influencia positiva de estas tierras en nuestro espíritu que Don Mateo no cejó un segundo en sus actividades de seducción playera, sin importar que las doncellas a ser cautivadas fueran bastante mayores o simularan no estar interesadas. Al parecer, en las costas uruguayas bastan una cabellera alborotada por el viento y una sonrisa para derribar cualquier barrera. A las pruebas me remito:
Será que soy víctima del Síndrome del Turista, en el que sólo se aprecian las maravillas del lugar visitado y uno es incapaz de notar inconveniente alguno. No lo niego. Pero por lo pronto, yo pienso lucir championes en vez de zapatillas, comer pila de bizcochos en lugar de un montón de facturas, y tomar más refrescos y menos gaseosas. ¿Ta?