Puestos a considerar cuál es la banda que hoy más nos intriga, el nombre de The Luminous Jerks es el primero que viene a la mente. Hay tanto por descubrir acerca de este grupo, son tantos los vericuetos que rodean su particular historia, que es imposible reaccionar de otra manera. Desentrañar este misterio es el desafío que hoy nos toca enfrentar.
La música de The Luminous Jerks es, a todas luces, inclasificable. Es tan probable que contenga elementos de salsa y polka como visos de canto gregoriano, minué o metal gótico. Resulta difícil categorizarla porque ninguna de sus canciones se ha registrado en formato perdurable; no existe vinilo, cinta o disco rígido que albergue siquiera un segundo de estas piezas esquivas. Nunca se han presentado en vivo y, notablemente, tampoco se conoce el lugar en donde ensayan (si es que acaso lo hacen). A nadie le consta que sus miembros hayan estado físicamente en el mismo lugar en forma simultánea, y menos que menos con instrumentos en sus manos.
Es tan poco lo que se sabe acerca de los integrantes de The Luminous Jerks que escribir sobre ellos es una tarea plena de frustración. Podrían ser 4, 10 o 20 músicos, quizás siempre los mismos o quizás un elenco en constante rotación. Del mismo modo podría tratarse de un proyecto solista disfrazado y nada quita que todo sea fruto de un algoritmo pergeñado por un programador anónimo con dudosas inclinaciones musicales.
Sumado a esto, el afán vanguardista de The Luminous Jerks hace que el grupo cambie constantemente de nombre: en medio de esta oración pasan a llamarse A Boatload of Infected Lollipops y antes del punto final optaron por rebautizarse como Duran Duran Duran.
Acaso en una muestra cabal de la dificultad de ahondar en este verdadero fenómeno musical, no llegamos a concluir esta reseña sin antes enterarnos de la triste noticia de que el grupo se separó, que ya no existe, que de hecho nunca existió fuera de nuestra torpe pluma y de tu retorcida mente, eventual lector.