Estoy plenamente convencido de que absolutamente todos los seres humanos nacen con algún tipo de superpoder.
Algunos pocos afortunados cuentan con habilidades que pueden resultar económicamente rentables: romper corazones con una media sonrisa, combinar cinco notas de la manera perfecta para arrancar una lágrima o clavar una pelota en el ángulo desde treinta y cinco metros. El resto de nosotros, la inmensa mayoría, nos tenemos que conformar con pequeñas destrezas más o menos inútiles.
Luego de mucho análisis, he llegado a la conclusión de que mi superpoder personal tiene que ver con los controles remotos. Soy capaz de pisar por primera vez una habitación de hotel en algún país lejano, tomar el mando a distancia de la TV y comenzar a manejarlo en pocos instantes como si lo hubiera tenido entre mis manos durante toda la vida. Tranquilamente puedo, en una sala completamente a oscuras, reacomodar a gusto el ecualizador gráfico multibanda de un moderno combinado musical en menos de cinco segundos. Poco importan la cantidad de botones, el idioma de las etiquetas o el tipo de equipo a ser manejado: no existe control remoto se resista a mis innatas aptitudes. Mi traje sería parecido al de Superman, pero en sobrios tonos de gris y con un gran botón de "ON/OFF" en el pecho.
A no desesperar entonces, estimado/a lector/a, si su superpoder resulta tan patético como el de un servidor. Uno de estos días organizaremos la "Liga de héroes de medio pelo" y saldremos a patrullar las calles, completamente ajenos a las carcajadas generalizadas ante nuestros ridículos atuendos caseros.
Alguien, en algún momento, necesitará de nosotros. No podemos darnos el lujo de fallar.