Resistencia emocional

A veces se me ocurre que sería fabuloso que descubrieran que las lágrimas son una excelente fuente de energía, capaces de reemplazar a los combustibles fósiles y los isótopos radioactivos y los paneles solares.

Los gobiernos entonces comenzarían a cosechar lágrimas, exigiendo a los ciudadanos que entreguen a las autoridades un mínimo de cincuenta lágrimas mensuales, pagaderas en cuotas semanales para mayor comodidad. Aquellos que aportaran religiosamente recibirían un salvoconducto que les permitiría circular por las calles y dormir tranquilos. Aquellos que no, a sufrir las consecuencias. La extirpación forzosa de lágrimas puede ser bastante desagradable.

Algunos de nosotros rechazaríamos que desde arriba nos dicten cuándo y cuánto debemos llorar y pasaríamos con entusiasmo a la clandestinidad, bajo el liderazgo de un carismático joven de boina negra y ojos penetrantes, de nombre Teobaldo y apellido desconocido. Celebraríamos reuniones secretas en sótanos húmedos en las que desperdiciaríamos lágrimas a diestra y siniestra, o las ahorraríamos por meses y meses, según se nos diera la gana. Sobreviviríamos robando pasteles dejados a enfriar en los alféizares, bebiendo agua de chubascos y lloviznas, durmiendo en las copas de los árboles más frondosos.

Los problemas comenzarían cuando la policía se armara de detectores lagrimarios subsónicos infrarrojos, con los que serían capaces de detectar una lágrima clandestina derramada a más de cuatrocientos metros de distancia en plena oscuridad, a través de persianas, puertas y paredes. Teobaldo, preocupado, comenzaría a establecer reglas para minimizar la posibilidad de ser descubiertos. Al principio serían simples recomendaciones para evitar llantos reveladores en zonas vigiladas, pero luego (cegado de paranoia y poder) prohibiría a los miembros de la resistencia involucrarse en cualquier tipo de actividad que pudiera desembocar en lágrimas, tales como tener hijos, salir campeón de un torneo de fútbol, mirar la telenovela de las tres de la tarde, emborracharse, perder a un ser querido o enamorarse perdidamente.

Y así nos haríamos viejos, vegetando sin la más mínima emoción, rememorando de vez en cuando cómo era aquello de sentir y aguantando las ganas de llorar que nos daría no poder llorar con ganas.

A veces se me ocurre que sería espantoso que descubrieran que las lágrimas son una excelente fuente de energía, capaces de reemplazar a los combustibles fósiles y los isótopos radioactivos y los paneles solares.