Primer set

Mateo nos despertó a las cuatro de la mañana, obligándonos a escabullirnos por una puerta lateral del modesto hostal que ocupábamos en el barrio latino de Praga y dejando impaga una indudablemente abultada cuenta de gastos extraordinarios (más temprano en esa misma noche, azuzado por haberse tomado todas las pequeñas botellas de vodka y tequila del minibar, nuestro pequeño malviviente había decidido redecorar los cortinados de la habitación utilizando seis frascos de pintura verde fosforescente en aerosol). Atontados por el sueño, apenas pusimos reparos a la idea de trepar al remolque enganchado a una desvencijada camioneta roja manejada por dos corpulentos gitanos húngaros que, a juzgar por la animada conversación que compartían, parecían ser viejos amigos de nuestro hijo.

Viajamos sin descanso durante el resto de la noche y parte del día siguiente, camuflados para eludir controles aduaneros bajo inocentes montones de heno entre la carga de setenta gallinas ponedoras que estos muchachos debían transportar hasta una granja en la campiña francesa. Aparentemente, Janos y Ferenc (tales eran sus nombres, según nos enteramos en algún momento de la travesía) le debían algún tipo de favor a Mateo, ya que no tuvieron problema en desviarse algunos kilómetros de su ruta original para acercarnos al estadio de Gelsenkirchen, en donde Argentina cumpliría con su segundo compromiso mundialista ante Serbia y Montenegro.

Cuando cruzamos el río Rin, a la altura de Düsseldorf, el leve reflejo ocre que el sol del mediodía le otorgaba a sus aguas me recordó por un brevísimo instante al Río de la Plata. Sonreí ante la reminiscencia y la consideré un buen signo.

Un par de horas más tarde, mi humilde presagio se convertía en abrumadora realidad.

Panorámica del estadio de Gelsenkirchen, una hora antes del comienzo del match

Panorámica del estadio de Gelsenkirchen, una hora antes del comienzo del match

Detalle del impresionante techado del estadio

Detalle del impresionante techado del estadio

Festejo de uno de los goles. No tengo idea de cuál.

Festejo de uno de los goles. No tengo idea de cuál.

¿Mateo o William Wallace

¿Mateo o William Wallace

A pesar del lógico descontrol generalizado de la parcialidad argentina tras el encuentro, La Entintada y un servidor estábamos decididos a no perder de vista a Don Mateo, buscando evitar nuevos desmanes como los que tuvieron lugar tras el primer partido y que terminaron derivando en nuestro precipitado escape de tierras alemanas.

Pero ni siquiera la vigilancia más estricta es suficiente para detener a este empedernido malhechor. Con la excusa de estar antojado de un buen pretzel, nos convenció de detenernos por un minuto a la salida del estadio en uno de los puestos de venta de bebidas y comestibles que pululan en todos los predios de este tipo. Cuando le quitamos los ojos de encima por un segundo para buscar un poco de mostaza, el pequeñuelo aprovechó para manotear todos los billetes de una de las cajas registradoras del lugar (que no eran pocos, a esa altura de la tarde) y darse raudamente a la fuga en dirección a Janos y Ferenc, quienes aparentemente habían decidido tomar un descanso en su camino para emborracharse con aguardiente en el sector de estacionamiento del estadio mientras escuchaban el partido por la radio.

Dudamos unos instantes, sopesando la idea de aguardar el seguro arribo de la polizei y entregar a nuestro propio hijo a las autoridades. Pero sabrán ustedes que los lazos de sangre son siempre más potentes que cualquier tipo de conciencia cívica, y entonces allí partimos, nuevamente pasajeros del remolque avícola de nuestros cómplices gitanos.

Escribo ahora estas líneas desde algún lugar de París, algo debilitado por una gripe fulminante (contagiada, sin dudas, de nuestras aladas y cacareantes compañeras de ruta) pero en vías de franca recuperación, mientras Mateo pasa sus noches entre bailarinas del Moulin Rouge y los más selectos hampones de la noche vernácula.

Sufro (y a la vez no puedo evitar entusiasmarme) al pensar en qué nos puede deparar el futuro. Prometo mantenerlos al tanto.