Catedráticos del mundo entero suelen debatir ferozmente acerca del principal efecto de este weblog en sus desafortunados visitantes: espanto, apatía y repulsión son quizás los términos más mencionados. No soy quién para entremezclarme en el debate, pero estoy seguro de que en estas últimas semanas la emoción más asiduamente causada por estas páginas fue el desencanto.
Hace un par de semanas empecé a notar que el flujo de visitas era varias veces mayor que el modesto número al que estamos acostumbrados (basta ver el gráfico que acompaña estas líneas). Investigando un poco, encontré la razón: se acercaba Halloween, una de las festividades anuales más añejas y queridas del mundo hispanoparlante. Y es así que miles de personas, ávidas de encontrar el disfraz perfecto para sorprender a propios y extraños, recurrían a su buscador favorito de Internet y tenían la mala suerte de caer en este post, publicado aquí hace unos meses. Imaginen ustedes la terrible desazón de toda esa pobre gente al no encontrar ahí nada remotamente útil. El eco de sus murmullos decepcionados todavía resuena en la lejanía y me despierta en medio de la noche.
Pero abrigo una pequeña esperanza entre tanta culpa. Quizás alguien allá afuera, confundido por haberse olvidado de tomar la medicación que le recetó su psiquiatra, decidió que era una buena idea concurrir a la fiesta de Halloween de su empresa disfrazado del elenco completo de Mary Poppins o de matarife arrepentido, y este weblog cumplió así con su cometido de transformar nuestro planeta en un lugar aún más incomprensible. Son ilusiones como éstas las que me hacen seguir adelante.