Vos suponés que cuando llegue ese momento vas a poder dedicarte a mirar lánguidamente por la ventana mientras le das una larga pitada al cigarrillo y cruzás las piernas para que asomen un poco más tus medias azules. Anticipás una transición civilizada, repleta de sonrisas, apretones de manos y planes para encontrarse a cenar. Das por descontado que los candelabros estarán siempre relucientes y que alguien se ocupará de que las ventanas no chirríen al abrirse con el viento.
Pero yo vine hoy para advertirte que las cosas se van a complicar bastante. Ellos van a calzar botas viejas, pesadas, ruidosas y llenas de barro. Algunas de las fotocopias estarán manchadas con sangre, otras redactadas en alemán o polaco. En lugar de festivales y siestas te encontrarás con trifulcas, intoxicaciones y desollamientos. No habrá oportunidad de estrenar ninguno de tus flamantes vestidos y vas a terminar tratando de disimular las lágrimas mientras alguien, irremediablemente borracho, silba una polca desafinada en el patio.
Después no digas que no te avisé.