Pasamos las mañanas rebotando en las paredes por los pasillos de las barracas, jugando carreras en las que no está permitido pisar el suelo. El precio de flotar al nacer son los huesos frágiles, los pulmones que silban, estos bracitos contrahechos. Nuestros duraznos son grandes y jugosos pero tienen un irremediable gusto a polvo. En las noches de tierra llena, fijamos la vista en la esfera verdosa y soñamos con jugar un partido de fútbol decente.
Preferimos el término "selenitas". "Lunardos" suena tan despectivo.