La telenovela

Al principio, la telenovela se centra sobre el amor imposible de Ana Laura y César, jóvenes miembros de familias rivales de un pueblo en la sierra colombiana. Hay algunos personajes secundarios (padres, hermanos, una sirvienta pizpireta y el misterioso cura párroco), pero la trama no es demasiado enrevesada y se puede seguir cómodamente mientras se plancha una camisa.

Pasados un par de meses, sin embargo, el argumento se torna cada vez más complejo. Ana Laura es obligada por su padre a casarse con un rico terrateniente chileno y se muda al desierto de Atacama. Por su lado, César se alista en la Legión Extranjera y parte de la trama sigue sus peripecias al combatir traficantes de órganos en la jungla de Borneo. Aparecen unos primos lejanos de la criada (quien, sin saberlo, es heredera directa de un ducado en Europa oriental) y se emiten bloques enteros hablados en ucraniano. Hay repulsivos villanos que gradualmente se transforman en dulces amantes, cuñados que en realidad son hijastros (y viceversa), gente que nace, gente que muere, gente que resucita. Se publican voluminosas guías repletas de árboles genealógicos, croquis desplegables y listados alfabéticos de actores, con gran éxito editorial. Varios canales comienzan a dedicar las veinticuatro horas de programación a diferentes líneas argumentales que se entrecruzan constantemente.

Para cuando se cumple el primer aniversario de la telenovela, el reparto ya sobrepasa holgadamente los seis mil millones de nombres. Casi no se habla de otra cosa, y si alguien lo hace es porque está escrito en un libreto: todos y cada uno de los habitantes del mundo cumplen (a sabiendas o no) un papel minuciosamente guionado. Los propios camarógrafos, sonidistas, escritores y productores son a su vez protagonistas de la historia dentro de la historia.

El personaje menos interesante de la multitudinaria superproducción es, por lejos, el de ese muchacho que intenta resumir torpemente la historia en cuatro escuálidos párrafos.