Mi inspiración, a la que me voy a referir en adelante por su nombre de pila (María Esther), suele tomarse algunos días de vacaciones de tanto en tanto.
Ella se refiere a estos pequeños descansos como "recreos necesarios para recargar las baterías". Yo prefiero llamarlos "ganas de rascarse un rato". Sea como fuere, cuando María Esther entra en uno de estos períodos sabáticos no es de quedarse en casa tirada en el sofá con el control remoto en una mano y algo fresco para tomar en la otra (que es lo que yo haría), sino que se calza unas chancletas, guarda unos pesos en una carterita marrón horrible que carga hace décadas y enfila por la ruta hacia algún destino poco certero.
Cada tanto se pone en contacto conmigo, entusiasmada por algo que ella supone que nos podría llegar a servir. Me llama desde algún teléfono público, siempre por cobrar, y grita:
—¡Hoy vi un amanecer sobre el mar, desde la playa, que merece por lo menos dos poemas cortos y una bachata o son cubano!
—María Esther —le explico con paciencia—, vivimos a cincuenta metros del mar. Vemos amaneceres marinos todos los días. Literalmente.
Otras veces, la comunicación es en forma de telegrama. "Buenas noticias. Stop. Nueva tonalidad de amarillo descubierta. Stop. Buenas posibilidades para pintura o fotografía. Stop. Difícil de describir ahora. Stop. Muchas palabras en telegrama. Stop. Muy caro. Stop. Algo corta de fondos. Stop. Hablamos a la vuelta. Stop. Regar potus. Stop". A su regreso, claro, ya el nuevo color se le olvidó y tanto palabrerío no sirvió de nada. Ni siquiera para salvar al pobre potus.
María Esther también es muy adepta a las postales. Mi favorita es una que mandó hace unos años desde Venecia, Ciudad del Cabo o quizás Río Gallegos (la fotografía está muy oscura y algo fuera de foco). "Conocí un marinero fascinante", escribió en aquella ocasión. "Su obsesión por capturar cierta ballena blanca gigante es digna de una novela". La pobre, que no es muy leída, ni se da por enterada cuando le toman el pelo de esta manera.
De todos modos, ya no me hago mala sangre por lo despistada y poco efectiva que puede resultar esta muchacha. A eso estoy acostumbrado; venimos conviviendo desde hace veintiocho años y hace rato que perdí toda esperanza de que cambie. Lo que sí me tiene preocupado es que este tipo de vacaciones cada vez resultan más asiduas y más prolongadas. De hecho, hoy se cumplen tres meses desde que María Esther partió por última vez y en todo este tiempo no tuve noticia alguna de su paradero.
Alguna vez leí eso de que "cada artista es un caníbal y cada poeta es un ladrón, todos asesinan a su inspiración y cantan acerca del pesar". No es mala idea. Mañana mismo me compro un machete y que María Esther empiece a andar con mucho cuidado. Si es que vuelve alguna vez.