(Extraído de la Enciclopedia Botánica Perez Galdós, España, 1964) Las flores de los arbustos del género triusis anteris son conocidas en la península ibérica y a lo largo de Latinoamérica como barquillos del diablo. Otros apelativos populares en el mundo hispanoparlante son corona de Babieca (Costa Rica), bonetiña (Venezuela) y sorbete de Wilson (noroeste de Uruguay).
De vistosos colores que van desde un furioso naranja a un delicado lavanda (de acuerdo a la época del año, las condiciones de los nutrientes del suelo y el daltonismo del observador), los barquillos del diablo gozaron a través de los siglos de un gran prestigio, siendo utilizados no solamente como elementos decorativos sino también para variopintos propósitos alternativos. Por ejemplo, los campesinos de la Andalucía medieval solían secar las flores entre planchas de cuero de cabra y luego molerlas hasta lograr un fino polvo, que utilizaban para sazonar guisos y potajes. Crónicas de la época reseñan el dejo a almendras y salvia que proporcionaba a las comidas, además de sus poderosos efectos estimulantes y alucinatorios, capaces de permitir a sus consumidores trabajar en la cosecha durante más de diecisiete jornadas continuas sin dormir, entonando a todo momento zarzuelas, negro spirituals y (en un alarde de adelanto a la época) baladas de Ricardo Montaner.
Por su parte, los indígenas de las sierras panameñas (que conocieron al barquillo del diablo gracias a los conquistadores que importaron los bulbos desde la vieja Europa) utilizaban un macerado de las flores para calmar los ardores causados por las heridas de lanza y puñal que sufrían durante las constantes escaramuzas que solían suscitarse entre las distintas facciones que se disputaban el poder en su reducida comarca. Los efectos anestésicos eran inmediatos, pero quizás demasiado intensos. Al aplicar el preparado sobre la carne viva, el dolor desaparecía en menos de un segundo; el consiguiente fallecimiento por sobredosis de morfináceos en sangre, lamentablemente, nunca demoraba más de tres o cuatro minutos. De ahí proviene el célebre paralelo entre medicina y muerte de esta zona de Panamá, en donde aún hoy en día todos los farmacéuticos son también funebreros.
Continuar mencionando la infinidad de aplicaciones de esta maravillosa flor sería una tarea casi imposible, pero basten algunos otros ejemplos al azar para ilustrar tan magnífica flexibilidad: la tribu Curitambí Porá de la zona lacustre paraguaya confeccionaba vestidos de gala a partir de sus pétalos trenzados, mientras que los pigmeos amazónicos masticaban los pistilos como anticonceptivo masculino, y por su lado algunos sacerdotes mayas utilizaban el polen como base para la sombra de párpados que lucían en sus célebres misas trasvestidas.
Lamentablemente, la terrible epidemia de gorgojos colorados del año 1937 aniquiló prácticamente todas las plantaciones de barquillos del diablo en el mundo. Los poquísimos ejemplares que aún sobreviven se pueden encontrar en las aceras suburbanas de una turística localidad del sur de la península de la Florida, decorando los frentes de pequeñas tiendas de postales y malvaviscos, y de allí proviene la fotografía con la que se ilustra el presente artículo.