En el baño es complicado, porque no hay espacio para maniobrar y cada movimiento, por mínimo que sea, se topa enseguida con alguna arista de cerámica, dura y fría. Es también muy probable que alguno de los tornillitos se nos resbale de los dedos y termine escurriéndose por los huecos de la rejilla del desagüe, entre el inodoro y el bidet. Encontrar algún rincón libre para almacenar los flanes es siempre una tortura, obviamente, y la acústica será muy apta para cantar en solitario pero el eco se torna bastante molesto a la hora de armar un canon decente. Encima, entre la humedad natural de la zona y el vapor de la ducha, estas membranas suelen pegotearse enseguida a los azulejos, y si uno llega a dormirse apoyado contra la pared después es un tremendo problema levantarse sin perder un pedazo de ala.
Por eso digo que el ambiente ideal para completar tranquilamente el proceso es siempre el garaje, o en su defecto algún placard viejo forrado de papel de colores y al que entre algo de luz por una rendija, pero únicamente a la tardecita, eso sí.