Empezaste a mirarme de manera extraña cuando comencé con los preparativos. Traté de explicarte mis motivos, pero esa mueca burlona que ni siquiera intentabas ocultar me hizo entender que mis palabras eran inútiles. Cuando te reías ahogadamente durante las conversaciones telefónicas con tu madre, sospecho que se burlaban de las decenas de cuadernos que llené con anotaciones en un lenguaje nuevo y hermoso que jamás entenderás. No creas que fui ajeno a los cuchicheos socarrones entre vos y tus amigas desde que me rapé la cabeza y dejé de comer alimentos que empezaran con la letra a o j, tal como especificaban las instrucciones que recibía todas las noches en el sótano a través de la radio de onda corta. Sé que fuiste vos la que llamó de urgencia al equipo de psiquiatras luego de descubrir los frascos en los que guardaba mis pestañas, prolijamente conservadas en almíbar.
Y hoy las nubes están teñidas de verde, los mares lentamente empiezan a hervir y el ensordecedor zumbido de esta multitud de gigantescas naves plateadas en el cielo te paraliza de horror. Al fin te das cuenta de que siempre tuve razón, pero ya es muy tarde.
Tal como prometieron, mis nuevos amigos me están esperando para llevarme con ellos. Y elegí como mi único compañero en este viaje de salvación a Filomeno, nuestro canario, que siempre creyó en mí.
Te aseguro que no me arrepiento en lo más mínimo.