Sin previo aviso, una hecatombe imperceptible. No se escuchan sonidos. No hay ráfagas de viento o luces en el cielo. Nadie en el mundo se entera de nada. Apenas si vibran dos o tres moléculas de un filamento que recubre la pata trasera derecha de la garrapata que cuelga impávida del cuello de Ulises, un fox terrier que duerme tranquilamente en el patio de una casa pintada de azul en un pueblo de Andalucía.
Así y todo, luego de analizar en profundidad la andanada de calamidades subsiguientes, el mundo científico coincide en catalogar ese mínimo evento como el principio del fin.