No hubo huellas digitales ni cajones en desorden ni manchas de sangre. Gruesos ladrillos tapiaban las ventanas desde hace años. La puerta estaba cerrada por dentro con una llave que alguien perdió. Nadie dijo escuchar gritos ni forcejeos ni ruidos extraños. Ni siquiera hubo víctimas y mucho menos victimarios.
El crimen inexistente resulta siempre el más perfecto.