De joven, solía creer que la vida avanzaba de a pedazos enormes, marcados por solemnes mojones en piedra y bronce fácilmente distinguibles a la hora de mirar atrás y redactar un aviso fúnebre.
Hoy, que ya estoy bastante más viejo, me termino de enterar que las cosas marchan a un ritmo mucho más sutil y chiquito, pero para nada menos importante. Con los años, los saltos de gigante se transformaron en pasos de bebé.
Mateo y su primera caminata en solitario
(Especial agradecimiento a Tintachina y El hombre que comía diccionarios por el reproductor de videoclips.)