Alfredo El Homicida Paciente no encuentra placer en el apagado sonido de la hoja del puñal al deslizarse dentro de un manojo de entrañas tibias. Desdeña la inmediatez poco caballerosa de un disparo descerrajado en la sien. La adrenalina que supura incontrolablemente tras cualquier acto de violencia es tan vulgar, piensa.
Por eso, Alfredo El Homicida Paciente sublima sus negros impulsos de maneras más sutiles y, a la larga, satisfactorias. Sus proyectos suelen tomar meses, años y hasta décadas de arduo trabajo, pero él sabe que es este mismo esfuerzo el que hace que todo valga la pena.
Traduce chapuceramente el manual de una sierra eléctrica, salteándose un par de páginas. En un laboratorio de control de calidad, diluye líquidos de freno con perfume francés. Abre un consultorio psicológico y aconseja angustiantes ejercicios mentales a sus pacientes depresivos. Al programar, introduce fallas imperceptibles pero cruciales en el código de los sistemas de control aéreo. Seduce a mujeres casadas con individuos furibundamente celosos. Regentea locales de comidas rápidas, desbordantes de ácidos grasos saturados. Desarrolla sensuales y efectivas campañas publicitarias para cigarrillos rubios de nombre exótico.
Cada noche, Alfredo El Homicida Paciente sale a su balcón y se sienta a esperar. Sabe perfectamente que sólo será cuestión de tiempo.