A eso de las cuatro de la mañana me desperté con la boca seca y el recuerdo neblinoso de un sueño en el que, como siempre, alguien me perseguía. Tambaleando rumbo al baño, me extrañó escuchar una especie de murmullo ahogado que provenía de la habitación de Mateo.
Me acerqué a la puerta en puntas de pie, apenas empujándola para poder escuchar mejor y, en una de ésas, llegar a ver algo. Adentro, sentado muy erguido en su cuna, Mateo susurraba algo en francés por un modernísimo teléfono celular que yo jamás había visto antes. No pude entender todo lo que decía, pero juraría que estaba ultimando detalles con el jefe de la barra del Paris Saint Germain para unir fuerzas en una emboscada contra la hinchada del Schalke 04 en las afueras de Düsseldorf. Lo último que escuché antes de volverme en silencio a la cama fue la firme promesa de que llevará en su equipaje el pote de dulce de leche que, imagino, le habrá encargado el galo en una comunicación anterior.
Tardé un rato en dormirme, más admirado por el notable don de lenguas del pequeño rufián que preocupado por sus planes de delincuencia, los cuales a esta altura no son ninguna novedad.
Hoy por la tarde ya nos estaremos embarcando con rumbo a Hamburgo. Que alguien por favor dé aviso a Interpol.