—¡Por Dios, no seas necio! —gritó Anita, exasperada. —Tenés que entender que esto es la vida real y que no podés ir y apagarla simplemente porque no te gusta.
Algo ajeno a todo el asunto, Ernesto fijó la vista en un punto imaginario justo arriba del hombro izquierdo de Anita y click.