El sombrero

Me rehúso a quitármelo. Tengo planeado atravesar este páramo munido de mi ridículo bombín, esquivando a paso vivo camiones retorcidos y cadáveres humeantes, y supongo que quienes me vigilen a la distancia no tendrán problemas para seguir el zigzag de fieltro verde brillante. Pienso llevarlo tan encasquetado que el hijo de puta que al fin me alcance no tendrá otra opción que atragantarse con mil lentejuelas y una pluma antes de poder saborear la tibieza de mi cerebro.

Espero que mis futuros biógrafos no interpreten esto como un acto de rebeldía ante el horror sino más bien como un signo de la más pura vanidad. Aceptémoslo: el sombrero me queda espectacularmente bien.