Horacio desea fervientemente inventar una frase que se popularice en las conversaciones diarias de Buenos Aires, al estilo de "lo que mata es la humedad", "guarda el hilo" o la más reciente "billetera mata galán". Sus primeros intentos, sin embargo, no resultan muy populares. Todavía no escuchó niguna charla casual en el colectivo en la que alguien utilice "ojo con el gorgojo cojo" o "blandito como páncreas en avanzado estado de descomposición", las creaciones de su pluma que más lo enorgullecen.
Pero él no se amilana y sospecha que, en estos tiempos que corren, quizás la clave del éxito está en Internet. Una buena historia, accessible para todo nivel de lector pero a la vez atrapante, seguramente será reenviada una y otra vez por los correos electrónicos de oficinistas aburridos, diseminando su depurada prosa a cada rincón del planeta en forma exponencial. ¿Por qué conformarse con una modesta popularidad de barrio si se puede lograr el estrellato mundial con la misma cuota de esfuerzo?
Se sienta frente al teclado y comienza a redactar su obra maestra: la dolorosa pero esperanzada historia de un funcionario de algún país africano (¿Nigeria, quizás?), obligado a abandonar su puesto gubernamental y recurrir al exilio debido a graves problemas políticos. Decide escribir en inglés, para aumentar la cuota de realismo. Las peripecias que enfrenta su entrañable personaje al buscar desesperadamente algún socio anónimo que le permita transferir sus riquezas a una cuenta bancaria foránea, narradas en una efectiva primera persona, seguramente harán las delicias de las bandejas de entrada de propios y extraños.
Mientras desgrana línea tras línea, Horacio sonríe convencido de que, esta vez, el éxito no tardará en llegar.