Al fin llegaste. Tardísimo, agotado, la corbata floja y los cordones desatados, una tos seca sacudiéndote la papada, los bolsillos repletos de migas y vacíos de monedas, perdida ya la capacidad de expresarte en forma coherente, apestando a azufre, sangre seca bajo las uñas, órdenes de captura libradas a tu nombre en catorce países, material de pesadilla de niños y adultos por igual, todo escamas y cuernos y dientes y el más abyecto espanto.
Pero al fin llegaste. Pasá, ponete cómodo.