Adaptándose al retraso

Luego de un tratamiento intensivo a base de reiki y licuados de gengibre y uva, logramos que el retroceso temporal de Osvaldo detenga su constante marcha, estabilizándose en una marca constante de veinticuatro horas. En pocas palabras, el hombre vive un día atrasado.

Como suele ocurrir con este tipo de trastornos, no sólo sufre aquel quien es directamente afectado, si no también su entorno familiar y afectivo. De todas maneras, nosotros no nos dejamos vencer por la depresión que las circunstancias nos quieren imponer, y logramos diseñar un ingenioso método para, aunque sea, inyectar un poco de normalidad al asunto.

Básicamente, se puede resumir de la siguiente manera. Arrancamos un día al que denominaremos Día Uno, durante el cual realizamos nuestras actividades usuales pero nos cuidamos de llevar un meticuloso registro de horarios de inicio y finalización de cada una de ellas, además de posiciones, recorridos, gestos y diálogos. Se podría decir, en lenguaje dramatúrgico, que confeccionamos un detallado guión de nuestras respectivas vidas durante toda esa jornada. Mientras esto ocurre, claro, Osvaldo se encuentra reaccionando a los eventos del Día Cero, por lo que no cuadra para nada en el asunto y no le prestamos mayor atención.

Ahora bien, durante el Día Dos nos dedicamos (munidos de nuestras anotaciones) a recrear de la manera más fiel posible todo lo realizado durante el Día Uno. Osvaldo, cuya realidad es en ese momento justamente aquella del Día Uno, se integra perfectamente a los eventos de este Día Dos, y cualquiera que hipotéticamente nos observara desde afuera no notaría nada extraño: los Días Dos son deliciosamente normales, un recordatorio de nuestra vida antes de tanto problema. Los llamamos, cariñosamente, "días de re-estreno".

El Día Tres es libre. Todos nos relajamos, descansando de la concentración constante que requirió el Día Dos, mientras Osvaldo merodea por la casa algo confundido, preguntándose por qué diablos estamos todos haciendo exactamente lo mismo que el día anterior; es que el pobre está viviendo en el Día Dos, copia fiel del Día Uno. A veces se desespera y nos grita, pero nosotros tratamos de ni siquiera estar en casa para evitar disgustos. Al día siguiente, Día Cuatro, volvemos al ruedo y comenzamos de nuevo el proceso.

O sea que, con este método, cada tres días tenemos un día ensayadamente normal. No está nada mal, digo yo, aunque Osvaldo se está poniendo un poco más desorientado y hostil que de costumbre. Con el problema que tiene, eso es lo de menos.