Textos

Lunghetta, la jirafa

—¿Hace frío allá arriba? —le gritan los chimpancés, entre risas—. ¿Llegás a ver a tu mamá en África? ¿O la nubosidad disminuye parcialmente tu visibilidad?

Se cruzan entre sus patas flacas, haciéndola tropezar. Usan su cuello como tobogán. Se balancean colgados de su cola. Y Lunghetta la jirafa, fiel a la zoología, la genética y la historia, soporta el acoso incesante de los monos del Circo de los Hermanos Farfalla sin emitir palabra.

Pero durante las horas oscuras de la noche, cuando detrás de la enorme carpa es todo grillos y ronquidos, Lunghetta afila con ahínco sus colmillos en las barras de la jaula y sueña con el momento, cada día más cercano, en el que espante a toda la troupe con ese alarido que lleva miles de años atragantado en su garganta y luego se zampe a Pocholito, el más descarado de esa banda de primates, de un largo y lentísimo trago.

(Entradas anteriores en la saga del Circo de los Hermanos Farfalla)

Vergüenza

Rojos de vergüenza

Rojos de vergüenza

En retrospectiva, parece dolorosamente obvio que era una mala idea. Pero los representantes de la compañía, en sus trajes brillosos y peinados perfectos, habían sido muy persuasivos: "¡Firmeza y flexibilidad! ¡Cero mantenimiento! ¡Esto es el futuro!". Algunos dicen que el intendente aceptó algún tipo de soborno, pero no me consta.

La cosa es que llegaron las lluvias de otoño, los otrora flamantes árboles metálicos se oxidaron de un día para el otro y el barrio enrojeció de vergüenza para siempre.

Acuerdo tácito

Teníamos un acuerdo, tácito pero claro: el Renault azul oscuro iría siempre delante mío a cien kilómetros por hora, suficiente como para mantenerme cerca sin demasiado esfuerzo. Seríamos una pareja vehicular inseparable a lo largo del viaje, él siempre abriéndome paso y yo confiando ciegamente en sus decisiones, dos gráciles figuras asombrando al resto de los motoristas, como si estos rejuntes de metal, plástico y carne pudieran enamorarse y bailar en los caminos. Belleza pura sobre el asfalto. Sin embargo, apenas unos segundos después de comenzado el pacto, mi compañero de ruta se despidió sin mayor ceremonia que una impersonal luz de giro y desapareció de la autopista. Acostumbrado a que la providencia no me ignore, en ese mismo momento formulé mi deseo.

Al día siguiente no me sorprendió encontrar al Renault en un rincón de una fotografía en el diario, publicada entre las numerosas páginas dedicadas a la desoladora explosión que destrozó por completo el orfanato de la ciudad y todos los edificios de varias cuadras a la redonda. En la imagen se apreciaba claramente cómo un trozo de mampostería había golpeado sobre el guardabarros derecho, abollándolo. Dadas las circunstancias, era muy poco probable que su compañía de seguros cubriera el incidente.

Sonreí complacido. Mis pequeñas maldiciones seguían siendo bastante efectivas.

El Gran Cambiazo

El Circo de los Hermanos Farfalla tiene una tradición, conocida como El Gran Cambiazo: una vez al año, en función privada, los trabajadores del circo intercambian sus roles. Todos aquellos que normalmente están detrás de escena (criadores de animales, iluminadores, empleados de limpieza, contadores y choferes) se calzan zapatones, galeras y trajes de lentejuelas, toman clavas y monociclos, se pintan la cara y salen a la pista. Mientras tanto, los payasos, domadores, magos y malabaristas ayudan tras bambalinas o se sientan en la platea como espectadores, tratando sin éxito de que sus falsas carcajadas disimulen el llanto inevitable. No lloran por la mala calidad del espectáculo (aunque tendrían todo el derecho de hacerlo), sino porque se asoman a una certeza trágica: ellos, los profesionales con múltiples títulos de escuela de circo y décadas de experiencia, son día tras día tan patéticos como esos toscos aficionados que hoy se tropiezan entre sí bajo las luces de los reflectores. Al día siguiente del Gran Cambiazo nunca hay función.

(Entradas anteriores en la saga del Circo de los Hermanos Farfalla)

Un millón de monos

Tardó un tiempo, pero al fin logró reunir un millón de monos y un millón de máquinas de escribir. Según la leyenda, al cabo de un millón de años alguno de ellos lograría escribir la mejor novela jamás conocida. Grande fue su decepción cuando, cumplido el lapso, lo único medianamente legible que pudo encontrar entre la enorme montaña de hojas mecanografiadas fueron estas mismísimas líneas, que ni siquiera logran concluir de manera correctklkadfkjasdfnm3,,mbananamvÑ%343e2.

Romance

Llegó el momento que Lucrecia y Edgardo tanto habían anhelado. ¡Al fin solos! Se miraron largamente a los ojos, se tomaron de las manos y se estrecharon en un sensual abrazo. Sus cuerpos se fundieron en uno solo. Los niños del barrio no podían decidir si era más gracioso referirse al monstruo resultante (cuatro ojos, dos bocas, hermafrodita, cuadrúpedo y cuadrúmano) como "Lucrardo" o como "Edgarcia".

Idea #2: Pim, pam, pum

Uno de los aspectos más atractivos del idioma inglés, en mi opinión, es la cantidad de palabras basadas en onomatopeyas: boom, splash, clap, whiz, crack, blast, zip, etc. Hay algo ingenuo y primario, casi infantil, que hace que estas palabras resulten simpáticas aún cuando se refieran a conceptos negativos, y estoy convencido de que el idioma castellano se beneficiaría enormemente incorporando vocablos similares.

Imaginen ustedes cuánto más digeribles resultarían titulares como estos en el diario matinal:

  • La Bolsa de Valores cataplumeó ayer un 4,2%
  • Jugador expulsado por propinarle un estup al juez de línea.
  • Delincuentes y policías se bambanguearon en La Salada.
  • Nuevas políticas sanitarias provocan un blerg generalizado en la ciudadanía.

Si las personas correctas escucharan mis ideas, grandes cosas ocurrirían.

Un instante de magia

Muy pocos se atrevieron a soñarlo. Nadie tuvo la osadía de esperar que ocurriera. Antiguos manuscritos lo señalaban como signo inequívoco del fin de los tiempos. Matemáticos y clarividentes acordaron que era imposible.

Sin embargo, durante un brevísimo momento en una noche tibia de Agosto, apenas pasadas las tres de la mañana, ninguno de los ochenta y tres canales de TV por cable emitió publicidad.

Y todo siguió igual.

Idea #1: Tiendas alfabéticas

En lugar de definir su alcance en base al tipo de mercadería en stock (zapaterías para calzado, talabarterías para artículos de cuero, charcuterías para fiambres, etcétera), las tiendas alfabéticas contarán con todos los elementos posibles que comiencen con una letra en particular. Por ejemplo, en una tienda alfabética dedicada a la letra A, uno podrá encontrar azaleas, atizadores, axolotes, aeroplanos, albaricoques y asesinos a sueldo.

¡Basta de situaciones ambiguas! "Oh, necesito papas. ¿Voy a la verdulería? ¿A la feria? ¿Al almacén? ¿Al supermercado?" "¡No dudes más, Clodomira! ¡Dirígete presurosa a la tienda P, y listo el pollo!"

El éxito está poco menos que asegurado.

(El presente es el primer post en la categoría "Ideas millonarias", la cual comprenderá una serie de brillantes innovaciones destinadas a transformar al autor de este weblog en un excéntrico magnate)

Invasión

Finalmente vulneraron las barreras de contención en los límites de la ciudad. Ahora se dedican a exterminar a los miembros de la resistencia, generalmente vaporizándolos sin mayor ceremonia o usando los cadáveres como comida para sus caballos salvajes. Algunos pocos, los menos afortunados, son reprogramados: mantienen sus características humanas básicas pero pierden todo interés en rebelarse ante tanto horror. Pasan el resto de sus vidas como sirvientes, dedicados sin descanso a las tareas más pesadas y denigrantes.

Nada de esto me preocupa en lo más mínimo. Tengo varias toneladas de estiércol que limpiar.

¡Correo!

Querida Porota: Te escribo esta carta como un último recurso para comunicarme con vos y el resto de la familia. No sé si se habrán enterado, pero acá ningún teléfono funciona y estamos sin luz desde que empezó hace un par de días toda esta cosa rara del cielo verde brillante y el olor a ceniza y el mar hirviendo. Encima los motores de los autos no quieren arrancar, así que no tengo forma de volverme para allá.

Lo más desesperante es que nadie sabe nada, ni siquiera los bomberos o el intendente. Charlo con otros huéspedes y los vecinos del pueblo y estamos todos en la misma. El correo sigue abierto pero no creo que pase el camión a buscar las cartas, así que vaya uno a saber si alguna vez te llega esto. Igual a mí me sirve escribirte, como una especie de terapia.

Ahora es de noche y me la paso escuchando ruidos raros que llegan desde afuera, del lado de la playa, así que no me puedo dormir. La verdad es que tengo muchísimo miedo y no paro de llorar pero es mi deseo que usted permanezca tranquila, ya que me encuentro en perfecto estado físico, mental y emocional. No hay razón válida para alarmarse. No debe usted alertar a ningún tipo de autoridad terrestre, sea ésta militar o policial. Además, sepa usted que estas líneas son generadas por mis propias manos y de ninguna manera son fruto de una tecnología alienígena desarrollada para imitar la forma de escribir de los seres humanos.

Envíole un saludo acorde a nuestra relación,

María Amelia Valdez de Zuccurulli

Escándalo potencial

Nos cuentan por ahí que uno de nuestros informantes se habría enterado de un suculento rumor: se dice que uno, dos o más individuos (de género a confirmar, edad a definir y señas particulares a detallar) realizaron una serie de actividades de legalidad incierta en alguna ubicación emplazada en cierta ciudad que se encontraría localizada en un planeta que, según comentan, bien podría ser la Tierra.

Publicaremos más detalles de esta fascinante historia apenas nuestros abogados nos lo permitan.

Once pasos

Hace sonar el silbato y sale disparado hacia un punto, en donde se para y señala con el brazo extendido. Luego camina lentamente hacia atrás, haciendo ademanes de que no hay nada para discutir, se planta unos metros más allá y espera para dar la orden. No importa que no haya jugadores, que no haya partido, que no esté en una cancha, que nadie haya inventado el juego del fútbol, que se encuentre en otro planeta, en otra época y en otro universo, que ni siquiera sea humano; el tipo sintió la urgencia de cobrar un penal y lo cobró.

¡Eh! ¡Réferi bombero!

Todo en orden

El semáforo pasó de amarillo a verde. El taxista puso primera y en apenas unos segundos llegaron a la puerta de la casona. Un cartel anunciaba en letras desvencijadas que se trataba del "Hogar Para la Tercera Edad «Mi Cuarto Azul»". El lúgubre silencio del lugar, rodeado de quintas abandonadas, se rompía ocasionalmente por el grito anacrónico de un diariero lejano anunciando la sexta edición.

El viejo sentado en el asiento trasero tragó saliva, intentado calmar esa sensación apretada en la garganta. La angustia de llegar a un lugar desconocido le recordó sus inicios en el Séptimo Regimiento de Granaderos, en los tiempos en que su voz era todavía una octava más aguda y en donde su misión principal consistió por varios meses en liderar al grupo en el rezo de la novena en la capilla. Suspiró para despejarse y salió con dificultad del auto, resignado a malgastar plácidamente esa décima parte de vida que quizás le quedaba.